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404 ALEJANDRO DE VILLALMONTE cerrada creencia en el PO y en la forma de transmisión del mismo ‘per tradúceme por generación/transmisión biológica. La enseñanza de Julián sobre la bondad, inocencia e integridad creatural del hom­ bre bien podía ser compartida por todo el que no estuviese hipote­ cado por la creencia en el PO, corruptor de la naturaleza humana universal. Pero tal doctrina, tan correcta y ortodoxa en sí misma, podría, en boca de un pelagiano, ocultar connotaciones negativas sobre la necesidad absoluta de la Gracia. Porque, un ser humano tan ricamente dotado por Dios para realizarse a sí mismo, ¿cómo podría tener necesidad absoluta del sobreviniente, gratuito auxilio de Dios para conseguir su salvación? Tanto Agustín como Julián opi­ naban que, en el supuesto de una natura humana tan sana, buena e íntegra, la necesidad de la Gracia no podría decirse absoluta. Sin embargo, aunque por motivos contrarios y en direcciones opuestas, ambos estaban equivocados. Porque, un ser finito, incluso en la hipótesis de que estuviese del todo inmune de pecado, dotado de una naturaleza excelente, sana, inocente, todavía tendrá necesidad absoluta de la Gracia para conseguir la salvación 3. Desde otra perspectiva, Agustín no tiene inconveniente en con­ cederle a su contrincante que tal visión optimista y ennoblecedora del ser humano sí que tuvo una realización cumplida y sobreabun­ dante en el estado paradisíaco. Pero, la naturaleza humana, tal como ahora existe (prout nunc est), tal como la percibe nuestra experiencia y tal como la describe la Escritura, está lejos ser sana, íntegra, inocente. Está estructuralmente viciada, congénitamente 3 Esta última afirmación es la clave para captar las deficiencias de la argumen­ tación teológica agustiniana a favor del PO. Deficiencia que persiste en los actuales mantenedores de esta doctrina. Ver A. d e V illalm onte , Cristianismo sin PO, 147-161. Allí se insiste un aspecto básico que me parece desatendido por los estudiosos del problema del PO: que la raíz primera, radical de la impotencia soteriológca del hom­ bre no proviene del pecado (personal u otro), puesto que, por definición, todo peca­ do, por ser producto de una libertad, es contingente, sobreveniente. Puede ocurrir o no ocurrir. Por su ser creatural, un ser finito puesto frente a la sobreexcelencia y sobreeminencia del ser Infinito, el hombre es absolutamente incapaz de conseguir la vida eterna. Antes e independiente de cualquier pecado que haya de cometer. Fundamentar la impotencia soteriológica del hombre y la necesidad de la Gracia, en la situación previa de pecado, es ofrecer un fundamento superficial, ocasional, con­ tingente de la misma. Con el consiguiente oscurecimiento del concepto de Gracia. De la universalidad y sobreabundancia de la voluntad salvífica de Dios.

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