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EL MITO, LA FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA, EL DOGMA.. 439 pena ha tenido y sigue manteniendo como argumentación teoló­ gica a favor de la teoría del PO. Tal es la argumentación que san Agustín utilizaba en su discusión con Julián de Eclana. No entra­ mos a valorar los argumentos tomados de la Escritura o de la Tra­ dición que uno y otro puedan aducir a favor de sus respectivas tesis. La argumentación que llamamos ‘de razón teológica’, por ambos utilizada, gira en torno al concepto de Justicia divina y al modo de ejercerse ésta en el caso del PO. Efectivamente, ante el espectáculo de tanta miseria como aflige a la raza humana — nominalmente a los niños— , arguye el obispo de Hipona: un Dios justo no puede imponer tan duro castigo (tanta miseria) a los hombres todos, si no es como pena por el pecado de Adán, perpetuado en sus descendientes. Pero el obispo Julián replica: un Dios justo no puede castigar a todos los hombres con tan duros castigos por el pecado cometido por uno solo, Adán, en el inicio de la historia humana. Y como la Justicia es un atributo pri­ mordial de Dios, sin el cual Dios no puede ser Dios, podemos dar a las frases de estos doctores el siguiente giro redaccional, que está implícito en ambos: no se puede creer en el Dios de los cris­ tianos y creer la doctrina agustiniana del pecado original (Julián). Y en dirección diametralmente opuesta: no se puede creer que Dios sea justo si no se afirma la existencia del pecado origi­ nal (Agustín). Y así han quedado levantadas las espadas de estos dos caballeros del espíritu durante más de dieciséis siglos. Duran­ te ellos, Julián de Eclana ha sido calificado como totalmente derro­ tado (Eppure si muove). Sin embargo, a la actual teología cristiana más crítica, como ya indicaba Ricoeur, le resulta inaguantable esta figura del Dios justi­ ciero castigando ‘de ese modo’ a toda la raza humana por el peca­ do del protoparente. Es decir, la figura del Dios que obra en todo este oscuro asunto del PO no parece aceptable para un creyente católico. El citado testimonio de Ricoeur y nuestras propias convic­ ciones al respecto podemos confirmarlas con unas palabras muy taxativas de R. Panikkar: «El mito del pecado original presenta dos puntos débiles. El uno es la cuestión del origen del mal, que deja sin explicar. El otro, el que aquí nos interesa, es el problema de presen­ tar un Dios que debe plegarse a las exigencias de orden de justicia: el hombre ba pecado, y Dios debe castigarle; podía perdonarle el pecado, pero Él, al parecer, no puede perdonarle el castigo/pena. El

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