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436 ALEJANDRO DE VILLALMONTE atribuyen continuamente los profetas a los pecados del pueblo. Pero un historiador actual, aunque fuese ‘profeta’, no querrá desco nocer las causas humanas/segundas que provocaron el desastre nacional judío: políticas, sociológicas, culturales, religiosas, nacio nales e internacionales. Al mismo tiempo que se revela una mentalidad, una psicología arcaica, el mito d e la p en a p u e d e tener vigencia solam en te en una m en ta lid ad c a r g a d a d e residuos infantiles. En efecto, el niño no tiene conciencia personal de lo que es moralmente malo o bueno. Mucho menos del pecado en sentido religioso. Estima y experimen ta como malo aquello que es objeto de alguna desaprobación, de samor, enfado y, sobre todo, castigo, aunque fuere simbólico, por parte de sus educadores. Sólo entonces se da cuenta de que ha hecho mal. Se verifica aquí la asociación instintiva, que parece con natural, razonable e inevitable, entre castigo y culpa. Esta forma pri mitiva (infantil) de relacionar pena y culpa puede persistir y mani festarse espontáneamente también en personas mayores, incluso culturalmente adultas. En determinados momentos, cuando el fraca so/sufrimiento más in-sensato e inexplicable, existe la tendencia a preguntarse: ¿por qué me sucede a mí esto, aquí y ahora? Y, al no encontrar a mano una explicación plausible, se tiende a pensar que Dios le castiga a uno por algún pecado oculto o no tan oculto. Es tarea de psicólogos/psicoanalistas el explicar, por sus causas inme diatas, este recurso espontáneo al «castigo de Dios» (entre los cre yentes), o al Destino adverso en los otros, cuando ocurren determi nadas formas de infortunio. Probablemente es aquí, en el terreno da la psicología profunda, donde hay que buscar el origen del mito de la pena, que luego se extiende al campo de la ética y de la reli gión, como advertía Ricoeur. Lo que aquí interesa subrayar es el hecho de que la teolog ía d e la p e n a —derivación del mito de la pena— h a in flu id o p r o fu n d am en te en la con stru cción d e toda la teología d el PO. Desde los días del «doctor del PO», Agustín de Hipona, durante siglos y hasta hoy mismo. Hemos señalado los residuos de primitivismo e infantilismo psi- cológico-cultural presentes en el mito de la pena. Pero también es un caso notable d e an tropom orfism o utilizado por los humanos en nuestro difícil empeño por hablar sobre el comportamiento de Dios ante el hecho del pecado. Los procedimientos de la justicia huma-
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