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EL MITO, LA FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA, EL DOGMA.. 435 a ser y se confiese a sí propio como «pecador», ya es un ser del todo digno de conmiseración (miserable), absolutamente necesitado de la misericordia de Dios, de la ayuda que Dios gratuitamente le conce­ de. Gracia que, según nuestra terminología abstracta y académica, es, ante todo, primeramente y siempre elevante/deificante. Y cuando encuentre en el hombre algún pecado (que sí lo encontrará) actúa, en forma consiguiente/concomitante, como gracia liberadora, perdo- nadora del pecado. Desde otro punto de vista, no podemos olvidar que el Antiguo Testamento aquí, como en otras ocasiones, no suele contar con las causas segundas para explicar los hechos de la experiencia, en el caso de la miseria humana y sus variedades. Todo parece que lo hace directa y personalmente Yahvé, el omnipotente, actuando como justo juez que castiga a un delincuente: a la humanidad ente­ ra recapitulada «misteriosamente» en el delincuente primero: el Hom­ bre/Adán, quien, con su comportamiento, ha provocado la propia ‘miseria’, no Dios. Este mito de la pena y la teología concomitante perduraba en los contemporáneos de Jesús, cuando le preguntaban, al ver al ciego de nacimiento: «Maestro, ¿quién tiene la culpa de que nacie­ ra ciego, él o sus padres?». «Ni él ni sus padres. Éste está ciego para que se manifiesten las obras de Dios» (Jn 9, 2-3) 26. Ante el derrum­ be de la torre que aplastó a algunos habitantes de Siloé, Jesús dice que no hay motivo para declarar a los siniestrados merecedores de especial castigo (Le 12, 11-9). Los judíos daban una interpretación religiosa y casi devocional del sufrimiento al verlo como castigo divino ordenado a manifestar la justicia de Dios en forma expediti­ va y directa, como le gusta que se haga a la gente de mentalidad y cultura primitiva. Mentalidad que se manifiesta igualmente cuando se atribuye directamente a Dios todo lo que ocurre en el universo, sin detenerse a buscar las causas naturales, empíricas, inmediatas de los acontecimientos. Por ejemplo, el cautiverio de Babilonia lo 26 No deja de ser sorprendente la interpretación que Agustín hace del texto en que el Señor habla sobre el ciego de nacimiento. Interpreta el doctor de Hipona que las palabras del Señor valen para el ciego, pero no para los niños que nacen desgraciados. Nacen así porque pecaron sus padres, Rep. a Jul., lib. III, c.6, n. 13; PL 44, 708-09.

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