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434 ALEJANDRO DE VILLALMONTE magia, de animismo, de tabúes primitivos; b) el sentido ético/moral, en cuanto el acto implica un quebrantamiento de las leyes básicas de la comunidad humana; c) el sentido/dimensión religioso-teolo­ gal: ruptura de la relación personal con el Dios personal, estableci­ da por la Alianza. — La confesión de la miseria/pecado en que el pueblo se encuentra tiene una intencionalidad/finalidad, está originada y sos­ tenida por un deseo ardiente de salvación: tiene un absorbente sen­ tido y contenido soteriológico. El pueblo anhela y grita pidiendo la ayuda de Yahvé Salvador. Interesa subrayar que el pueblo, radical y primordialmente, no se propone la pregunta: ¿de dónde viene el mal/miseria? Eso lo tiene él bien sabido, porque se lo ha dicho el profeta: ¡Tú eres ese hombre! (2Sam 12, 7). Y él lo tiene asumido: «Contra ti, contra ti solo pequ é (yo) y cometí (yo) maldad que ab o ­ rreces »(Sal 50, 6). La pregunta más profunda es esta otra: ¿de dónde vendrá la salvación? (unde salvatio). Y se responde a sí mismo: la salvación viene sólo de Dios. La salvación es deseada como libera­ ción, reconciliación, perdón y limpieza del pecado que mancha y abruma la existencia del pueblo. — El correlato, el contrapolo de la misericordia de Dios no es, en última y radical instancia, ni menos exclusivamente, el pecado en el sentido ético y teologal-religioso: la «miseria espiritual», que diría­ mos. Se piensa y habla de la miseria en la totalidad e integridad exis- tencial que engloba: el sufrimiento de cualquier tipo, la enfermedad, la muerte. Pero que, traspasando las fronteras de los psicológico, de lo moral/ético, se llega a la que en nuestro lenguaje llamaríamos miseria «óntica», constitutiva del ser humano. La que proviene de su finitud y limitación creatural, de su contingencia, su fugacidad, de la «insoportable levedad del ser» (M. Kundera). El lenguaje imaginativo y simbolizante de la Escritura expresa esta convicción cuando habla del hombre como polvo y ceniza, como una nada ante la sobreemi- nencia del ser divino. El contrapolo, el correlato del Dios Salvador no es, pues, exclusivamente, ni siquiera primordialmente, hombre «pecador» en el sentido teológico usual de la palabra: es el hombre que, por su ser creatural, es polvo, ceniza, una nonada frente a la sobreexcelencia y sobreeminencia infinita de Dios, según decimos en nuestro lenguaje teológico. O bien la Santidad de Yahvé, según se expresa la Escritura. Por tanto, antes de que el hombre llegue

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