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424 ALEJANDRO DE VILLALMONTE ocasión de comentar la intención de «teodicea», de defensa de la jus­ ticia de Dios que estaría iniciada, según opinión de algunos, por el narrador de Gén 2-3. En todo caso, ella es del todo absorbente en el razonamiento de los teólogos cristianos de siglos posteriores. Dios es justo y, como tal, «inocente» ante el echo de que exista tanta mise­ ria en la raza humana. Toda la miseria humana tiene su origen en el mal comportamiento del propio hombre, por haberse opuesto * al proyecto de felicidad que Dios tenía, inicialmente, sobre él. F ) La INTENCIÓN SOTERIOLÓGICA DE LOS RELATOS Con esta caracterización de los relatos queremos decir que el mitógrafo, el filósofo, el teólogo, en sus respectivos discursos sobre el origen de la miseria humana y en su forma de hacerlo, cuando nos hablan de cualquiera de los eventos básicos indicados, todos tienen la intención de presentar el conocimiento y la revivencia de aquellos eventos como una condición indispensable para lograr la «salvación»/liberación de la miseria que aflige a la raza humana. De nuevo insistimos en que, dentro de esta intención soteriológica común, cada una de las narraciones reviste sus rasgos peculiares y diferenciales. Tanto en describir la índole y la profundidad de la miseria como, sobre todo, en el modo de concebir y explicar en qué consiste la deseada liberación/salvación. Los mitógrafos y repetidores de mitos cumplen su función e intención liberadora, salvífica por el mismo hecho de narrar y presen- cializar narrando lo que aconteció «allá al principio», en «aquel enton­ ces». Al rememorar el tiempo originario, primordial se liberan de la pesadumbre del tiempo empírico que es, por definición, tiempo pro­ fano, tiempo que se encuentra en proceso de decadencia, de degene­ ración, sometido a la férrea ley de generación y corrupción, tan abo­ minada los griegos clásicos. Pero tal liberación/salvación, sobre todo desde una perspectiva cristiana, es efímera, vana en última instancia. Porque, según la ley del eterno retorno, aunque logre el hombre recu­ perar, de algún modó, la felicidad originaria, siempre la volverá a per­ der de nuevo en el continuo flujo y reflujo de lo mismo, en el repro­ ducirse de las épocas y de las existencias. Hasta el poeta Virgilio decía que otra vez volvería a tener lugar en el mundo la guerra de Troya. El nacer y el ocaso cotidiano del sol, el acabamiento y retorno de las

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