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EL MITO, LA FILOSOFÍA, LA TEOLOGÍA, EL DOGMA.. 423 tencialismo moderno mantiene un discurso interminable sobre el desgarro existencial en el que vive todo ser humano. Este desgarro existencial no viene de fuera, por la acción de un tal Adán, como piensan los teólogos católicos. Siguiendo el pensamiento protestan­ te el mal —corrupción radical— es inherente al ser humano que entra en la existencia. Ésta sería, en realidad, un existir en pecado. Bajo otra denominación, también la constatación freudiana sobre «el malestar de cultura» implica una forma de expresar la honda miseria del ser humano. Como se indicó antes, este malestar perenne pro­ viene, en el fondo, de la obsesiva conciencia de culpabilidad que atormenta a los humanos. Secuela, según Freud, del parricidio per­ petrado por la horda primitiva. Crimen simbólicamente permanente en el complejo de Edipo. Los fieles católicos, desde siglos y en la actualidad, se dirigen cada día a la Virgen María considerándose ante ella como «desterrados hijos de Eva», que marchan por la vida «gimiendo y llorando en este valle de lágrimas». Plegaria que, ade­ más de constatar el hecho, mantiene vivo el recuerdo del origen de tanta miseria: un castigo divino por el pecado de Adán y Eva. E) Í n d o l e et io ló g ic a d e lo s relatos Aparece ya bastante destacada por lo que venimos diciendo. Es compartida por todas las distintas narraciones. Todas coinciden en afirmar que la razón de por qué está ahí el mal, su origen verdadero, la causa auténtica de tanta miseria, hay que señalarla en lo que ocu­ rrió «en aquel entonces» (in illo tempore), en la edad de oro, en la preexistencia celeste, en el paraíso terrenal. Y lo que allí ocurrió fue «el viejo, antiguo pecado»; el pecado antecedente; el pecado adánico. Un infortunio, desventura, fatalidad inexplicable. Un evento castigado por el Destino o por la divinidad; fatalmente sobrevenido por el peso inmanente de las cosas. Así se explica la existen-cia de tanta miseria y la imposibilidad de que el hombre pueda liberarse de ella. En los últimos decenios del siglo xx los exégetas y teólogos católicos eran ya unánimes en subrayar el carácter etiológico de la narración de Gén 2-3 y de otras narraciones genesíacas. El hagió- grafo pudo haber tenido a la vista o bien una situación dolorosa concreta de Israel; o bien, desde más amplios horizontes, pensar en la miseria de toda la humanidad simbolizada en Israel. Tendremos

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