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410 ALEJANDRO DE VILLALMONTE dientes. Con esta terminología hablaban los escritores paganos sobre el desafortunado evento primordial, el que originó la miseria huma na. Lo interesante es darse cuenta de que Agustín a su «pecado ori ginar», tan importante y tan cristiano para él, lo identifica (al menos básicamente) con el «viejo pecado» del que hablan los paganos. Así pues, la doctrina del PO, que él veía tan clara en Gén 2-3; en Rm 5, 12-21; en Rm 7, estaría ya pre-anunciada, en opinión de Agustín, aunque con menor claridad y menor precisión, por los mitos y filo sofías paganas. Dijo entonces san Agustín una verdad que, en la his toria de las religiones y de la cultura, es más exacta de lo que él mismo podía sospechar: que el PO ‘cristiano’ no es una verdad veni da del cielo; ha brotado del seno de la madre tierra. Vale decir, de la sensibilidad, de la experiencia y de la reflexión del espíritu huma no preocupado, desde tiempo inmemorial, desde que llegó a ser ‘ homo sapiens’, por descifrar el enigma de la mísera condición humana. Lo que hizo la teología cristiana, ya antes de Agustín y con posterioridad a él, ha sido «cristianizar» y «bautizar» y, de paso, per feccionar aquellas iniciales intuiciones paganas. Movidos por el empeño —por principio laudable e insoslayable— de inculturar el Mensaje de Cristo Salvador dentro de los cauces conceptuales y comunicativos vigentes en una sociedad muy convencida de ser una «humanidad caída», desposeída de su prístina edad de oro, deste rrada en el grosero planeta tierra. La novedad cristiana hay ponerla en su Mensaje sobre la Cruz salvadora (Pablo, Agustín, Panikkar). Porque los sabios paganos nada supieron del Salvador. Y es obvio que lo más importante, lo primordial en todo el problema, no es señalar de dónde proviene la miseria humana, el mal tenaz que le aqueja (unde malum!) sino de dónde vendrá la salvación (unde salvatio!). Proclamando a Cristo como Salvador universal, todo el problema de la miseria humana es iluminado desde nueva perspec tiva y se se abre camino hacia una posible solución práxica al peren ne problema del mal. D) L a fig u ra d el « pec a d o a n tec ed en te » Similar aproximación entre el ‘mito de la caída’ y teologúmeno del «pecado original» puede apreciarse recurriendo a la figura del «pecado antecedente», bien conocida por los mitólogos y por los his-
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