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256 ANTONIO DE OTEIZA Evitar lo falso y poder expresar, en lo posible, la humanidad que pueda haber en la propia persona, que es algo que comienza a descubrirse en el arte religioso contemporáneo, porque ya el mismo arte universal está a la búsqueda de la esencialidad. Nuestro arte religioso sacro, al mostrarse con este impulso, viene a acentuar su compromiso de autenticidad. Pero el arte no se impone, es consecuencia del proceso de la historia, a la vez que surge también de la vivencia interior del artis­ ta. En definitiva, el artista está en la historia y está, a la vez, en cada una de sus obras, la interioridad de él mismo. Así podríamos señalar que existen dos maneras o estilos del arte contemplando estos dos orígenes. Uno, el que propicia la época en que se vive, que llega a definir ese tiempo, y el artista reconoce su parcela en esos orígenes. Y el otro, aquel que corres­ ponde como más personal al propio temperamento del artista, que también ha puesto su prestación y ha aparecido aquello que no estaba, quizás, algo limitado pero nuevo, singular, y que es en eso en lo que se distingue de los demás artistas, que si no fuera así ya sería algo sospechoso. Una gran suerte para todo aquel que funciona en arte es que su temperamento venga a coincidir con el espíritu de la época. Aquí señalamos lo que se viene llamando «expresionismo», que está en nuestro tiempo y hacia el cual siento una especial cercanía. Pudiera ser, también, que esta tendencia por la expresión fuera una buena línea para la realización de un arte religioso. El expresionis­ mo religioso es siempre un afán de vida, voluntad por lo que nos viene a faltar y queremos querer descubrir lo interior, insistencia para que la palabra alcance a oírse, que es movimiento, sucesión, tiempo, que pone el espíritu en un primer plano y debajo queda el cuerpo. Quizá la figura como soporte para la expresión. Y todo en sobriedad, en búsqueda de una veracidad, de una plenitud. Con los mínimos, realizar una mayor expresión. También hoy, en lo religioso, aparece una aspiración a la sen­ cillez, alejarse de una vez del boato pseudoreligioso, que en la digna sobriedad está siempre la belleza; lo más mínimo de la naturaleza ya es belleza y, si hay algo que añadir, eso que llamamos arte, que quede encajado dentro de esa naturaleza, que quede encajado en la

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