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EXPERIENCIA RELIGIOSA Y CREACIÓN ARTÍSTICA 255 descubrirse una novedad provocadora e inútil en su interpretación del tema religioso, y esa multitud de «ismos», personalismos, tantas veces para desorientar, y, por parte de la Iglesia, cierta negatividad por todo lo medianamente actual en cuanto al arte. Luego han venido a multiplicarse los documentos sobre el tema, pero seguidamente, por fuerza de la costumbre, la inercia, la falta de preparación, todo, o casi todo, venía a bloquearse, a que­ darse en el olvido, en palabras muertas. El P. José Manuel de Aguilar, dominico, fue el ejemplo esforza­ do por un arte religioso actual,en medio de este panorama difícil. Me mostró los originales de un número de su buena revista ARA (arte religioso actual). Me dijo que era el último, que se había gasta­ do ya todo el dinero, que ni los obispos le pagaban la suscripción. Pero volvamos al relieve de la Anunciación. Decíamos del vacío en el rostro de María, receptiva su voluntad, que al llenarse de gra­ cia se le fuera borrando su rostro humano, que el que la mirara que­ dara dentro de ese distinto silencio, y también parlante, que lo pudiera escuchar, sentir. Éste es el trabajo del escultor que pudiera creer tener cierta experiencia religiosa para la creación artística; ésta es su insistencia, su sudor, no por el rostro ya conocido y sí por el encuentro de ese nuevo rostro de María, luego del Ángel. Buscarlo, descubrirlo si fuera posible, o en aquello que nos fuera posible por entre tanta oscuridad, por aquí es que comienza el arte religioso, en camino interior por esta urdimbre de propios soliloquios. En la escena advierto que, fuera de los dos personajes, he des­ cuidado todo lo demás, no aparece ninguna otra existencia, todo ha quedado deslumbrado, no es posible otra presencia, y por eso tampoco aparece, y si decimos silencio hay que ponerle silencio, pero que tampoco es ausencia, negatividad; sería más bien un silencio denso, como la luminosidad de un relámpago en una noche sin truenos, en donde se escucha realmente el silencio, y esa gran luminaria que enmarca el silencio del gran horizonte, bien lo quisiera impregnar en mi arcilla, suavizar con la palma de la mano el fondo de la escena, o más bien comenzar por eso, comen­ zar componiendo el vacío.

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