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254 ANTONIO DE OTEIZA ¿Qué era aquello, entonces, que hasta hace poco se llamaba «arte religioso»? ¿Qué esas imágenes de escayola? Imágenes que sa­ lían de los moldes como de cajas de muertos, moldes que tenían la magia de sacar de ellos todos los muertos que se quisieran. Hace unos meses me acerqué a Olot (no lo conocía), era por curiosidad. Entré en una de sus fábricas, ya no era lo que debió ser: unos pocos operarios y, en todos, un visible aburrimiento; hasta los santos se habían hecho pequeños, amontonados; unos pintaban los hábitos y otros las pupilas de sus ojos; horas largas y anodinas y falsas de tantos pinceles. Eso han sido las fábricas de santos de escayola, la respuesta a la más triste historia del arte religioso en estos dos últimos siglos del cristianismo. Las miradas de los cristianos podían recorrer las rosadas caras de sus santos, de ojos enamorados, etc.; no era posi­ ble que esas figuraciones, tan carnosas, levantaran la mente, rostros tan parecidos a los de las carteleras cinematográficas. Un obispo me pidió para la capilla de su seminario mayor unos santos. Estaba preocupado por el impacto que les pudiera causar tan blanda imaginería a sus seminaristas luego de tantos años de estarla mirando, y, por añadidura, sin la correspondiente asignatura para informarse. Y así ha venido a suceder el gran expolio de arte sacro que ha padecido la Iglesia, de un arte que no se sabía valorar. Y ahora nuevos problemas: se mira al pasado, pero no nos detenemos a mirar nuestro presente, que por ahí va ese itinerario de exposiciones que se llaman «Las Edades del Hombre», excepto en Salamanca, sin consideración alguna para el arte religioso actual; y así el visitante, al terminar su recorrido, podrá preguntarse: ¿será que ya no existe? La otra cara, pues, de esos esplendores del pasado, de esas intermitencias de nostalgia en que parece viven las diócesis, es la noche en la que está el arte actual, el religioso, aunque ya tenemos que reconocer: se está abriendo la luz. El Vaticano II quiere dar entrada al arte religioso contemporá­ neo en 1963, y Palo VI inaugura una sala permanente de arte reli­ gioso actual en los mismos museos vaticanos, a la vez que trata de poner comprensión entre los artistas y la Iglesia, que en unos podría

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