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EXPERIENCIA RELIGIOSA Y CREACIÓN ARTÍSTICA 253 Desde el neolítico el arte tiene un espacio para lo religioso. El hombre primitivo se comunicaba con lo que estaba en lo alto, desde allí le llegaba el bien y el mal. Hasta el hombre mismo podría haber llegado desde el cielo, y en su interior sentía la necesidad de comu­ nicarse con su origen, con sus dioses, y así les irá poniendo figura a aquello que sentía o presentía, una búsqueda por lo originario de la vida, del rostro primero. Cuando más tarde, y la historia se va repi­ tiendo, el hombre pasa por una decadencia de esos impulsos reli­ giosos, que venga a convivir mansamente, acoplado a ciertas nor­ mas religiosas, entonces no crea, sus imágenes quedan en un naturalismo intrascendente. En un principio la figura era la imagen de lo desconocido, tenía la fuerza y la creatividad de lo presentido, era la búsqueda de la luz en la noche, y ese hombre se proteccionaba en la imagen que salía de sus manos; por eso tampoco podía parecerse a ese mismo hom­ bre, que él era el que estaba herido, el buscador, y cuando llega un tiempo en que esos dioses se van pareciendo a ese mismo hombre, es que ya está vaciado del sentimiento religioso, a no importarle ya nada aquella otra vida, a no aguantar nada que le trascienda, que le descoloque de su conformismo, y así viene a quedarse con la figura naturalista, con él mismo. Dejemos lo neolítico. Estamos en nuestra Anunciación, con el escultor comprometido en ese mirarse del Ángel y María; debió ser de una total blancura lo que se interpuso, se rompieron las distancias y los tiempos, todo se hizo presente; el estallido de la total revelación para María, posiblemente un silencio ensordecedor; la criatura natural se resquebrajó y se minimizó hasta alcanzar un Sí, la naturaleza dejó de existir, la naturaleza de María se divinizó, y Ella, ¿en qué quedó? Con todas estas categorías, o parecidas, el escultor religioso tra­ baja y angustia su mente, y hasta posiblemente le pueda llegar el encuentro por tanta búsqueda, y pasa por última vez su mano por el rostro de María y le hace una suave hondura y la sube para que, desde ahí arriba, le baje la Palabra a ese su rostro ya vaciado de ella misma, y así ese pedazo de arcilla ha quedado medio consagrado, a convertirse en cierto lugar teológico, un lugar para que los profesio­ nales de la teología puedan hacer sus reflexiones, porque ya ese rostro de arcilla se ha convertido en un lugar inspirador, y su nom­ bre es religioso.

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