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252 ANTONIO DE OTEIZA Hacia esa realidad superior el artista ha de guiarse y guiar a los otros en la obra religiosa que está haciendo. Si el escultor no ha deshecho esa figuración que estaba antes del diálogo, pero que ya no está después del diálogo, si no ha con­ siderado esta segunda fase, será que ese escultor no ha alcanzado a considerar, o no ha podido acercarse a la verdad del tema, y así ese cuadro habrá quedado religiosamente falseado, ha quedado en la naturaleza de dos personajes que se hablan, no en la sobrenatural del diálogo. Por ahí va la reflexión del escultor religioso, y si se le pide que lo que está haciendo, que se entienda, ¿qué tendrá que contestar él? Y usted, señora; usted, señor, ¿ha entendido las palabras del Arcán­ gel san Gabriel? ¿Se ha detenido a reflexionar sobre ellas?, ¿las encuentra de tan fácil entendimiento? Cuánto cansancio para el artista al tener que escuchar el repeti­ do consejo de «que el pueblo lo entienda». Pero más que de enten­ dimiento será cuestión de sentimiento, el de no llegar a entender con nuestro sentimiento. Por lo menos, primero, dejarnos desdoblar hacia aquello que estamos contemplando, intentar un acercamiento, y solamente después se podrá pedir el entendimiento de la obra. Y en este punto de la comprensión, ¡cuánto se ha hablado y se seguirá dis­ cutiendo!; pero si nos ceñimos al arte sacro, creemos que la obra deberá tener alguna figuración para que el espectador centre su reflexión sobre el tema que se haya querido proponer, que el artista no se haya quedado en la sola abstracción o en el trabajo sobre la materia, porque el enigma, por sí solo, no es garantía para el arte sacro. La imagen religiosa remite siempre a esa idea superior, de lo contrario no sirve religiosamente, y así el espectador no podrá gozar de aquello que no existe. Profeta y artista religioso buscan por igual que la imagen que transmiten, trascienda de ellos mismos, de sus mismas palabras, de sus mismas arcillas; en definitiva, que su naturalismo quede trans­ formado, y será por eso que ahora y aquí, cuando el rostro de María ha quedado vaciado, receptivo, «he aquí la esclava», el espíritu ha bajado a su rostro y se hizo el silencio.

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