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250 ANTONIO DE OTEIZA Si decimos sacro, sería reducirnos más a un temario de nuestra confesión religiosa. Y litúrgico, ya cierto material más pensado para el servicio del culto, que nace y se hace para ese culto y la evangelización como fin primario. Por ser este nuestro encuentro sobre algo testimonial, pensa­ mos que sobran otras divagaciones sobre estos términos. Lo religioso, siempre como algo básico y primero, más universal. María escucha las palabras del Arcángel, pero ¿las comprende? Y, si comprende, ¿cómo se transforma su rostro? ¿Cómo tengo que expre­ sarme para que el espectador que mire el relieve pueda entrar, por lo menos, en una mínima empatia con María? La mirada de ese que está contemplando la escena no debe quedar fijada en un rostro anterior a la venida del Ángel, que guste de su cutis, la modestia de su compos­ tura, la gracia de su sencillez, que quedará en esa admiración física. El tema religioso no hace, ciertamente, que ese arte sea realmen­ te religioso, y es aquí en donde se ha de poner la atención crítica. Generalmente existe un gran conformismo con ese producto de arte religioso que hemos pedido, el que nos vengamos a confor­ mar con el tema. El arte religioso está en la forma, en su expresión, en lo añadido al mismo arte, en lo adjetivo, pero que aquí se hace sustantivo, radian­ te, explosivo, distinto, único, total, que se ha revelado al contacto de la arcilla con la mano del artista religioso, con la mano-sentimiento, con la mano-religiosa. La capacidad religiosa para el arte se tiene o no se tiene, ella está desde antes, al comienzo como cierta apetencia difusa, a manera de vocación, facilidad para lo religioso. Es cierto secreto que se le va descubriendo a ese artista religioso, algo nuevo que se le entrega por el esfuerzo que pone por hacer visible aquello invisible, que parte desde dentro, desde cierto instinto, como río ocul­ to por aparecer a la superficie. Y ¿quién lo podrá hacer? Aquel que maneje la arcilla y tenga cierto parecido con ese otro hombre a quien llamamos profeta, tam­ bién de pasión, insistente en la verdad, iluminado. El profeta habla o grita no para que sus oyentes se queden en sus palabras, envueltos en ellas. Ese hombre-profeta se hace elo-

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