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258 ANTONIO DE OTEIZA rojos de las mujeres, que llegan de todos los caminos, sobre el ocre de la tierra. El rojo es el grito de los muertos, la protesta de las gentes que no quieren morirse del todo. El color es sensación, nos rodea en la naturaleza y se los repite en la cerámica para reflejar esa vida y las nuestras, de pesares y exaltaciones, ellos son símbolos de las existencias. Y la luz. La cerámica es la ciencia del fuego, se le acerca a los minerales y se encienden, hermana lo distante en una misma vida. La luz nos comunica, nos asocia a la existencia. Lo cerámico, nacido del fuego, necesitará como ninguna otra criatura de esa luz. La luz es el fuego que se nos ha quedado flotando y la cerámi­ ca lo seguirá buscando como a su propio origen. Nosotros somos esencialmente visuales, vamos guiados por la luz, nuestras fibras ópticas permiten captar el color en todos sus matices. El ceramista va buscando y mirando, buscando por la natura­ leza, hasta inventar los colores que no haya visto pero que existi­ rán seguramente, inventando los musgos colgantes de las scalesias exóticas. Y en punto aparte, digamos también la gran posibilidad que tiene el arte de poderlo utilizar para la divulgación de un tema o un personaje a manera de serie monográfica, en los distintos pasos de ese tema o esa vida. Sistema que actualmente no utiliza el arte religioso, y lo más que hacen algunas instituciones religio­ sas en el aniversario de algunos de sus santos es dedicarles, en esta línea, algún comic. Recientemente, por mi parte, hice la serie del P. Chaminade, bea­ tificado el mes pasado y fundador de los Hermanos Marianistas, del Colegio El Pilar. Ello, esas series, es un buen sistema para la difusión de aquello que queramos dar a conocer, de actualizar una idea, poder­ la hacer hablar de nuevo, más cercana y también así más universal. Sin comunicación no hay conocimiento, cultura ni progreso, y todo eso quiere ser el arte religioso: ser hoy vehículo abierto para todo mensaje de valor humano.