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234 JOSÉ LUIS LARRABE LA ASPIRADORA El texto evangélico está tomado de san Lucas, allí donde Jesús se compara y compara a Dios con una mujer que levanta cama y alfombras para encontrar la dracma perdida (Le 15, 8-10). Con su uso, en pocos minutos, lo sucio ha desaparecido; y creamos así un espacio libre de lo sucio para vivir. De la misma manera, Dios busca remover nuestras imperfecciones para crear un espacio libre de pecado en nuestro corazón donde el Espíritu Santo pueda morar. Oramos a Dios, que ahuyenta el mal con el amor para crear estas ocasiones de gozo. Y dos preguntas: busca tres aspectos de tu vida en los que la casa de tu corazón estaba sucia por el pecado, y Dios, saliendo a tu encuentro, te ha perdonado. Y otras tantas veces, por otros tantos motivos, da gracias a Dios. EL BAÑO Del texto bíblico de los baños de Naamán por indicación de Eliseo (2 Re 5, 1.9-10.14) quedándose sano y salvo, hace luego el autor reflexiones: ¡cuántas veces, después de largas y fatigosas jornadas, de verano o de invierno, te has relajado en un baño reconfortante y has agradecido —debes agradecer— a Dios lo uno y lo otro: el trabajo y el baño consiguiente! Aplacados los nervios por el agua tibia o caliente, los problemas y las dificulta­ des del día parecen desvanecerse como las burbujas del jabón. Baños que no pocas veces son fuente de curación, de curaciones varias. Te relajan y te restituyen energías. Y se renace a una nueva vida. Puedes incluso —eso sí, desde la fe — recordar tu propio bau­ tismo, de donde nos vino y nos viene todo bien. Y aquí vale, en sentido pleno, lo de renacer a una nueva vida: «Cada vez que te bañas renueva tus promesas bautismales y recuerda el amor de Jesu­ cristo, que te baña y cura y te salva. Mientras te bañas piensa tam­ bién en alguna curación interior que necesitas. Y pídela con fervor. Hay baño de gracia, baño de fe; los políticos buscan baños de mul­ titudes...

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