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232 JOSÉ LUIS LARRABE se paró ante un expositor de ese estilo y género. Y fijó sus ojos en este libro bajo el título: Home is a holy place: reflections, pra - yers an d meditations inspired by the ordinary. «The ordinary» está sustantivado en el sentido positivo de «lo cotidiano», no, pues, ordinario, de menor calidad. Un texto que —él dice haber descubierto luego en su vida coti­ diana, y después de él tantos y tantas— conduce al lector a la visión de la obra de Dios en los objetos que diariamente usamos en casa. ¡Qué mejor regalo para los amigos que traducirlo! Y no sólo para los amigos y cercanos: los libros, una vez salidos de madre —o padre— , van a lugares y ámbitos insospechados en la mente o idea original del autor... La enumeración (sugerente) de objetos y lugares de la casa no es exhaustiva, sino que es adaptable a las diversas culturas de tan diversos países; y dentro de un mismo país, a ambientes de ciudad o de campo. Lo que hay que asumir es la idea, válida sin duda, y, sobre todo, el espíritu: de silencio, reflexión y meditación «en casa», sobre todo en esta época de computadoras y dineros (¡y poco más!). La idea no es nueva, ni es invento de una sociedad materialis­ ta, consumista y poco reflexiva; arranca desde la Biblia: no hay más que asomarse a cualquier diccionario bíblico sobre «la casa», sus objetos y rincones, entrañables, llenos de sentido y significado teo­ lógico y humano: de presencia de Dios. Uno de estos motivos de reflexión y meditación es la luz: Jesu­ cristo habló de que «Él es la luz del mundo». No hay más que hacer una noche cualquiera la experiencia (no sólo la noche de Pascua) de apagar la luz y luego, más tarde, encenderla. San Pablo nos invi­ taba a vivir la cotidianidad en clave de sentido cristiano: «Ora comáis, ora bebáis, o dormís... sois del Señor». Y no digamos san Francisco, en el Cántico de las criaturas: del sol, de la luna, de las estrellas o de las aguas, etc. Esa espiritualidad la entendía cualquie­ ra en el siglo xi: ¿también hoy? Hace falta reflexión para ello. Y viene ahora la consideración teológica: nuestro Dios no es un Dios encerrado en los muros de una iglesia, sino que es un Dios que nos acompaña todos los instantes de nuestra vida y de nuestra casa: en las alegrías y en las penas.

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