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210 JUAN JESÚS PINDADO USLÉ tontito 15, el labriego, el gato, la cigüeña, la calle del pueblo, etc. (que eran estampas) y asuntos como la ta rd e gris o la aliteración de M editación d e la «erre» d e la ru ed a , etc., en el tercer libro se avanzará sobre la escucha y el diálogo para olvidarse por completo de asuntos puntuales —de la anécdota líricamente «historiada»— como las «vacaciones» o «quién h a tirado las cruces», etc. Remontando esa referencialidad puntual, la poesía miezana deja, en efecto, de ser cró­ nica poética por completo. Nadie tiene ya que decir que no hay «un mundo anecdótico y aparente» porque no existe y la realidad es otra: trasunto de sutileza y sensibilidad refinadas. Las criaturas, el camino, lo pequeño l6, la pobreza, etc., son ahora temáticas que adquieren mayor profundidad poética, pero casi sin que se note a menos que se descubra la elevación de la mirada y se penetre la mejora de pro­ cedimientos. Los poemas engavillados en El a ire no tiene color, aun­ que hayan «imelto» después de «haberse perdido», y aunque el poeta romero vaya con el lector — «contigo» —, se dice que «su corazón se qu ed a con lo suyo». Pero el lector podrá saber de esta «reserva» tam­ bién gracias a los nuevos modos poéticos de comunicación emplea­ dos, gracias al refinamiento y a haber apartado lo accesorio. Pierde color el aire, pero gana transparencia. No se pregunta ahora el poeta por qué alguien cortó un chopo, igual principio, no obstante, de su actual preocupación —con D. Miguel de Unamuno presente en la andadura— al lamentarse por los olmos muertos 17. Se acabó también cierto impresionismo y ahora la cita es de Alberti preguntándose por las aventuras que el otoño le reservará a la hoja. Y el final del verano no es término puntual sino meditación sobre todos los finales de los veranos. Y, como decíamos anteriormente, el hablante lírico se compor­ tará desde la convicción de que ha nacido para cumplir esa misión 15 El poema «Echan la culpa al viento- (51) trata el mismo tema pero elabora­ do de distinta forma. 16 Lo pequeño se tratará en Casi nada, 110 0 que no engaña lo pequeño*) y en Casi jugando, 149, de En la escuela del día y de El aire no tiene color, en el poema «Tan pequeño era Dios», 127. 17 Esta sensibilidad reaparece específicamente porque otro de los pocos poe­ mas tristes, titulado «Vi quemarse el pinar» se refiere En la escuela... (p. 99) a «un mal día» cuando el «hijo oscuro» le hace llorar por haber cometido el delito del incendio.

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