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ALGUNOS ASPECTOS PSICOLÓGICOS DE LA SANTIDAD. 125 En cuanto a su actividad, como capacidad de utilizar la ener­ gía psíquica, se puede ver con claridad cómo Jesucristo, en su etapa pública, no descansa hasta ver cumplida su misión de llevar el Reino de Dios a los hombres, cada día; su tiempo humano está indicado por este motor, es su principal motivo de acción: «No he ven ido p a r a ser servido sino p a r a servir» (ver los párrafos del NT, correspondientes a su vida pública, desde Mt 4, 17). Son claras las imágenes de Cristo que viene llamado por necesidades de las per­ sonas, seguramente por encima de sus necesidades físicas vitales, como son el comer, descansar, y Él nos enseña: «El qu e p ie r d a su v id a , p o r m í la e n c o n tr a r á » (Mt 10, 38), vive la disponibilidad hacia el prójimo, esto no se opone a la prudencia humana que equilibra las fuerzas y posibilidades, Él mismo dice: «Ser p u r o s com o p a lom a s y astutos com o serpientes» (Mt 10, 16), y usar la inte­ ligencia y el sentido común: «Nadie e c h a u n a p ie z a d e p a ñ o no a b a ta n a d o a un vestido viejo, p o r q u e el rem iendo se llevará algo d e vestido y e l roto se h a r á mayor. Ni n a d ie e c h a el vino nuevo en cu ero s viejos» (Mt 9, 16). No se puede observar en Cristo una actitud de irritación o cambio de humor, debido a su posible can­ sancio; unida al buen uso de sus fuerzas humanas, la gracia y fuer­ za divina recompensa sus fatigas 34. No podemos separar, por tanto, en Cristo lo humano de lo divino, como tampoco podemos hacer­ lo en el hombre, pues a su humanidad se le añade la Gracia. Por último, respecto de las reson an cias o impresiones vividas, en Cristo se graban en modo perfecto: se acuerda de los hechos sin obsesiones, recoge el aspecto positivo pero también conoce el nega­ tivo; la maldad del hombre le produce sufrimiento pero no desor­ den en su pensamiento, como son los pensamientos inútiles, negati­ vos, distracciones. En Cristo su pasar histórico por esta vida fue de manera perfecta, como debía ser, una humanidad sin mancha, pen­ sada desde siempre por el Padre en su Hijo. Podemos concluir que Jesucristo, Segunda Persona de la Santí­ sima Trinidad, poseía una personalidad, carácter y temperamento perfectos. 34 Ver, en relación a las prerrogativas de la naturaleza humana de Cristo, la «Visión beatífica, santidad y pasibilidad», en L. O tt, o . c ., pp. 261-276.

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