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124 INMACULADA DUARTE BAYONA del individuo, aquello que es permanente, que está a la base de su psicología, lo que normalmente se suele decir como forma de ser. Podemos decir con el psicólogo G. W. Allport: -Naturalmente non esistono in questo campo definizioni esatte o definizioni sbagliate, i termini possono essere definiti in modo da risultare utili a un deter minato scopo » 31. Ahora bien, lo que nos interesa es analizar en Cristo su forma de ser, podemos utilizar las tres características fundamentales de la ciencia psicológica en relación al argumento: la emotividad, entendi da como predisposición a sentirse implicado emotivamente, también de los acontecimientos banales; la actividad, capacidad de concen trar útilmente la energía psíquica; y la resonancia o grado de persis tencia de las impresiones y representaciones del vivir individual. Si aplicamos estas tres propiedades esenciales en Cristo, pode mos observar respecto a la emotividad que Él también siente y par ticipa de las aflicciones de las personas, tiene piedad por los enfer mos (ya hemos dicho sus actos de misericordia, especialmente con los enfermos, los pobres y los más emarginados: cf. Mt 8, 1-17; 9, 6; 20, 27, etc.), llora incluso ante las debilidades humanas como la enfermedad, la muerte, pero, sobre todo, se aflige por la maldad humana: «Mi alma está triste hasta la muerte» (Mt 26, 38) 32, pode mos ver los discursos contra los hipócritas y fariseos 33. ¿Se puede pensar que Cristo es excesivamente emotivo? No, por cierto; Él usa la emotividad de manera justa y perfecta. 31 G. W. A llp o r t , Psicologia della personalità, PAS-Verlag, Zuringo 1973, pp. 23-24. Traducción personal: «Naturalmente no existen en este campo definicio nes exactas o definiciones equivocadas: los términos pueden ser definidos de manera de resultar útiles a un determinado fin». 32 Cristo, en su agonía en el Getsemani, sudó sangre, como lo atestiguan las Sagradas Escrituras (Le 22, 44): se puede pensar que sudó sangre por su afición humana, provocada por los futuros sufrimientos que Él sabía como Dios pero segu ramente de estos sufrimientos eran mayores aquellos que eran fruto de la maldad humana: la traición, el pecado, el odio contra Él, que son mucho más profundos que los dolores físicos. Ver «La integridad de la naturaleza humana de Cristo», en L. O t t , Manual de Teología Dogmática, Herder, Barcelona 1986, p. 231; ver Catecis mo de la Iglesia Católica, AEC, Madrid 1992, nn. 440, 478. 33 Aquí viene resaltada su misión redentora, es decir su misión divina, unida a su humanidad, que se ha cargado sobre si el peso de nuestros pecados. Cf. Mt 8, 16; Rom 5, 8 ss.; Rom 6, 8; Rom 15, 3; 1 Cor 6, 11.
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