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82 IGNACIO JERICÓ BERMEJO esas personas no estuvieron obligadas a convertirse a Dios en el pri mer instante por no haber recibido el auxilio suficiente 37. La obligación es universal ciertamente; pero es preciso distin guir. Si se habla de la conversión del hombre de todo corazón desde la facultad de la naturaleza, entiende Báñez cómo queda el mismo obligado desde la misma ley natural. En el instante en el que llega al uso de razón, debe convertirse a Dios de todo corazón en la medida en que le es posible desde las propias fuerzas. Añade tam bién que, si no hubiera en dicha conversión nada sobrenatural, nunca bastaría para que el hombre se justificara, lográndose a lo sumo con ella que el hombre no pecara contra la ley natural. De hecho, se obliga entonces sólo a hacer lo que está de su parte. Pero si se entiende la conversión de todo corazón como eficaz en el sentido de apartamiento y limpieza del hombre del pecado, así como de vinculación con el último fin: Dios, no puede tratarse más que de una conversión sobrenatural; es decir, realizada desde la fe, la esperanza y la caridad, gracias a la obra sobrenatural de Dios cumplida para la justificación del impío 38. Aquí es donde surge la dificultad. Cabe preguntar si no se rea liza esta conversión sobrenatural gracias a la fe en Cristo. ¿Acaso no pueden quedar excusados muchos infieles de no haberse converti do sobrenaturalmente por carecer de noticia concreta de Cristo desde predicador alguno? Báñez reconoce de salida que uno puede tener fe implícita de Cristo sin necesidad de oír a un predicador, así como afirma también que uno es capaz de alcanzar la propia justifi cación mediante esta fe implícita. El resultado de tales afirmaciones es que las mismas llevan precisamente al reconocimiento de que, del hecho de no haberse escuchado todavía a predicador alguno, no se excluye la posibilidad de existencia de pecado en quienes permanecen ignorantes de la fe cristiana. El pecado tendría lugar si alguien hubiere recibido una vez la fe y se hubiera quedado jusfica- do por la misma, llegando a rechazar esa fe implícita de Cristo y la explícita de Dios que justifica y remunera 39. ¿Basta un error para destruir la fe después de que la misma ha sido recibida una vez? ¿Es 37 Cf nota 9. 38 Cf. nota 21. 39 Cf. nota 15.
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