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12 FELIPE F. RAMOS Como esta representación es única en todo el AT, debemos lle­ gar a la conclusión de que estamos ante una consideración univer­ sal de la divinidad en forma humana. «Pues también los dioses bie­ naventurados, en extraña forma peregrinante, se revisten de forma humana, visitan ciudades y países para comprobar tanto la perversi­ dad moral como la devoción sincera de los hombres» (Homero, Odi­ sea, XVII, 485-487). Especialmente cercana a nuestra historia es la saga griega sobre la visita de tres dioses: Zeus, Poseidonio y Her- mes a Hyriens, que no tenía hijos, y a consecuencia de la cual, a los diez meses, tuvo a Orion. La leyenda fue asumida y transforma­ da en Israel para, introduciéndola en la historia de Abrahán, desta­ car la ley sagrada de la hospitalidad (Hebr 13, 2: por observarla, algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles). Al asumirla en el acervo de Israel, el protagonista de la misma necesariamente tenía que ser Yahvé. Para la mentalidad bíblica el Dios que intervino en la historia de Abrahán no podía ser otro que Yahvé. El problema de la identificación de Yahvé con los tres personajes mis­ teriosos puede ser resuelto desde distintos puntos de vista: por exi­ gencias de fidelidad a la leyenda recibida, desde la ley del «incognito» aplicada a Yahvé, desde el distanciamiento que hace Yahvé de dos de los personajes al enviarlos a Sodoma (Gén 18, 22; 19, 19-20). Si bien es cierto que permanece alguna ambigüedad, la dignidad de Yahvé queda salvada. No obstante, el antropomorfismo es llevado hasta sus últimas consecuencias al hacer participar a Yahvé en la comi­ da. Esto no suele ocurrir. Los seres celestes sólo aparentemente comen (F. Josefo, Ant. 1, 122). Y así lo manifiestan claramente otros textos: «El ángel de Yahvé dijo a Manué: ‘Aunque me retengas, no comería tus manjares; pero si quieres preparar un holocausto, ofréceselo a Yahvé’ (Jue 13, 16: en el holocausto no había comi­ da; la carne era quemada y Yahvé disfrutaba del aroma de la carne inmolada). Él les dijo: ‘No temáis; la paz sea con vosotros. Bende­ cid a Dios siempre, pues no he venido por mi voluntad, sino por la de Dios, por lo que a Él debéis bendecir siempre. Todos los días me hacía ver de vosotros; no comía ni bebía; lo que vosotros veíais era una apariencia’»(Tob 12, 17-18). Nuestro autor ha manipulado su fuente con gran libertad. La despedida de los «dos» personajes misteriosos da paso a otro antro-

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