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DIOS A IMAGEN DEL HOMBRE 59 XII. EL DIOS PERSONAL DEL NT El NT se halla muy lejos de las cuestiones últimamente abor­ dadas. Los antropomorfismos no le preocupan en absoluto. Los escritores del NT no pierden ni una sola palabra sobre el tema. Sin embargo, para los hombres del NT la personalidad de Dios es una realidad viva. Ella los ha sido manifestada en Cristo: «Porque Dios, que dijo: Brille la luz del seno de las tinieblas, es el que ha hecho brillar la luz en nuestros corazones para que demos a conocer la ciencia de la gloria de Dios en el rostro de Cristo» (2Cor 4, 6). Se les ha manifestado en el Espíritu, porque el Pneumático conoce a su Dios y se sabe conocido por su Dios: «Y el que escudriña los corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu, porque intercede por los santos según Dios» (Rom 8, 27). Otros textos tenemos en 2Cor 11, 11; Le 16, 15; Hch 1, 24; 15, 8. La personalidad de Dios se les (se nos) manifiesta en la invo­ cación incomparable que le dirigimos como Abba. Los innumera­ bles testimonios de la oración viva y personal en el NT son otros tantos argumentos del Dios personal, en el que creía la Iglesia ori­ ginal y son, a su vez, representaciones del sentido en el que debe ser entendida la personalidad de Dios: El Dios del NT es un Dios al que el hombre puede decir Tú, como a un ser personal. Pero este trato que el hombre da a Dios como un Tú es la respuesta al tú con el que Dios ha hablado al hombre. Dios es un Dios vivo, que actúa como tal en las realidades del mundo y con los poderes del hombre, al que se le permite luchar con él en la oración y en la expresión de sus necesidades. Su querer señorial es manifestado a aquel que encuentra una voluntad frente a otra voluntad, que descubre su designio miste­ rioso a aquel que acopla su voluntad a la voluntad de Dios. El NT no se arriesga a ofrecernos una doctrina sistemática sobre las pro­ piedades de Dios, pero nos ofrece el testimonio del sentido y del significado de Dios tal como le es manifestado al creyente y al orante en las directrices de su vida y de la historia de la humani­ dad: «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo y Dios de todo consuelo, que nos consuela en todas nuestras tribulacio­ nes, para que podamos consolar nosotros a todos los atribulados con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por

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