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58 FELIPE F. RAMOS entre sus hermanos sacerdotes en el templo y prestó la máxima atención posible y se dio cuenta de que el sumo sacerdote introdu­ cía el nombre «impronunciable» en medio de las oraciones de los sacerdotes40. El problema mencionado intentaron resolverlo mediante el recurso a la explicación teológica: la Torá ya desde la eternidad tiene que empequeñecerse; tiene que adaptarse a nuestra cosmovisión mediante comparaciones e imágenes y lo hace en atención a noso­ tros. También los rabinos sentían placer por las parábolas y utilizan a veces formas antropomórficas de representación. Pero, en ese caso, lo hacen con reserva, anteponiendo a su uso expresiones que los sitúan en el terreno de la comparación, como «por decirlo así», «hablando humanamente». La fe en el Dios personal no se halla limi­ tada en modo alguno por estas explicaciones y reservas. Los grandes rabinos eran grandes orantes, llamaron «Padre» a su Dios y estaban seguros de que tenía oídos y corazón donde lle­ gaban sus necesidades, y tenían la certeza de que el Dios de la pala­ bra les respondería. Dios llora diariamente sobre Jerusalén. Más aún, él ora a sí mismo para que su gracia prevalezca sobre su poder41. Los rabinos comprendieron la personalidad de Dios como nadie antes que ellos. Lo específico de Dios no es su sabiduría ni su justicia. Lo último y decisivo es la voluntad de Dios irracional hasta parecer caprichosa, contingente por excelencia en todas sus disposiciones. De esta forma comprendió el mundo griego y el judío el gran movimiento contrario a los antropomorfismos. Pero el resultado final fue fundamentalmente diferente. Allí apareció también el pensa­ miento del Dios personal como el residuo último del pensamiento antropomorfo, que tiene que ser superado. Aquí, en cambio, se ha mantenido la diferencia, que ha sido reconocida siempre, entre la representación antropomórfica de Dios y la fe en el Dios personal. «Dios no es como un hombre». Pero es un Dios perfecto, hablante y oyente42. 40 J. B onsirven , Dictionaire de la Bible, Supplement IV, col. 1148. 41 E. S ta u ffe r, o . c ., p. I ll, nota 306. 42 E. S ta u ffe r, o . c ., p. 111.

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