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DIOS A IMAGEN DEL HOMBRE 53 físicas, hablan seriamente de Dios como de una persona distinta. Se habla de él como de un hombre, pero al mismo tiempo se afirma: «Y vendré con vosotros a juicio, y seré juez pronto contra los hechice­ ros, y contra los adúlteros, y contra los perjuros, y contra los que oprimen al jornalero, a la viuda y al huérfano, y agravian al extranje­ ro, sin temor de mí, dice Yahvé Sebaot. Porque yo, Yahvé, no me he mudado, y vosotros, hijos de Jacob, no habéis cesado» (Mal 3, 5-6). 3.°) En realidad los antropomorfismos bíblicos, ante los cuales nosotros mostramos una cierta reserva, no difieren tanto de los utili­ zados por nosotros. No tenemos motivos serios para sentirnos supe­ riores a los autores del AT cuando hablamos de Dios. También noso­ tros estamos encerrados en la estrechez de nuestras representaciones y de nuestro lenguaje inadecuado. Cuando utilizamos las del AT lo hacemos porque nos dicen algo importante acerca de Dios, pero no dejan de estar muy lejos de la realidad divina. Nuestras formas de hablar de Dios, ¿le hacen más cercano a nosotros o nos sitúan en mayor cercanía con él? 4.°) Aquellos antropomorfismos en los que Dios es presentado en diálogo directo con Abrahán, con Moisés o con los profetas no tienen la finalidad de presentar a Dios en forma humana, sino de hacer palpables las estrechas relaciones de Dios con el hombre. Para ello, un narrador no dispone de otro camino que hacer hablar huma­ namente a Dios con los hombres. Cualquier otro intento acabaría en una abstracción confusa, como nos ocurre cuando hablamos de la palabra de Dios. El recurso al antropomorfismo nos lleva a tomar conciencia de que Dios está vivo y puede establecer un diálogo per­ sonal con el hombre. 5.°) En cuanto a los antropomorfismos que nosotros hemos llamado existenciales, puede sorprendernos que determinados senti­ mientos existan en Dios: se deja persuadir, experimenta amor, se irrita... ¿Cómo puede Dios ser «celoso»? Como tales expresiones no pasan de ser reflejo de lo que ocurre en nuestro mundo, el Dios «celoso» (Éx 20, 5) sólo puede significar que Yahvé no tolera junto a sí otros dioses —se entiende, por supuesto, su referencia a los dio­ ses falsos— . A nosotros nos resulta extraño que Dios «se ría» de sus enemigos. En realidad se trata de una expresión antropomórfica. No es que Dios se burle de sus enemigos, es que éstos no pueden alcanzarle con su hostilidad; y una persona cuando está muy por

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