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48 FELIPE F. RAMOS con calígine acuosa, densas nubes. Ante su resplandor, las nubes se deshicieron en granizo y centellas de fuego. Tronó Yahvé desde los cielos, el Altísimo hizo sonar su voz. Lanzóles sus saetas y los des­ barató, fulminó sus muchos rayos y los consternó» (Sal 18, 7-15). Quien no entienda el lenguaje poético está incapacitado para la comprensión de la Biblia. La lectura que tenga como punto de par­ tida y de interpretación la herejía del literalismo servil cometería una gravísima injusticia con la Biblia. El poder salvador de Dios aplicado a la liberación de los opri­ midos exige un canto de alabanza en el que la salvación tiene como contrapunto los elementos hostiles que pueden aplastar al hombre (Sal 29: un canto poético al poderío de la palabra, de la voz de Dios que puede controlar todos los elementos perjudiciales para el hombre). «Dios, que da casa a los desamparados, que pone en libertad a los cautivos. Sólo los rebeldes se quedarán al seco, ¡oh Dios! Cuando ibas a la cabeza de tu pueblo, cuando avanza­ bas por el desierto. Tembló la tierra y se deshicieron los cielos ante ti; tembló el Sinaí ante Dios, el Dios de Israel. Tú llovías, oh Dios, una lluvia de dones sobre tu heredad, y cuando ésta desfa­ llecía, tú la recreabas» (Sal 68, 7-10). La ayuda prestada a su pueblo mediante el apoyo concedido a sus dirigentes, Moisés y Arón, recurre al cliché consabido para expresarla: «Con tu brazo rescataste a tu pueblo, los hijos de Jacob y de José. Viéronte las aguas, ¡oh Dios!, viéronte las aguas y se tur­ baron, y temblaron aun los mismos abismos. Arrojaron las nubes torrentes de aguas, y dieron los nublados su voz, y volaron tus sae­ tas. Estalló tu trueno en el torbellino, alumbraron los relámpagos el orbe y, sacudida, tembló la tierra. Fue el mar tu camino, y tu sende­ ro la inmensidad de las aguas, aunque no dejabas huellas en él. Condujiste como grey a tu pueblo, por mano de Moisés y de Arón» (Sal 77, 16-21). La amenaza de los densos nubarrones encubren y simbolizan al Deus absconditus (el Dios escondido e invisible) que se manifies­ ta dejándose ver a través de sus acompañantes habituales: el fuego, los rayos, la lava de los volcanes (Sal 97, 1-9; es una invitación a cantar la gloria de Dios que se manifiesta en sus proezas: su salva­ ción, la exclusividad de su categoría de verdadero Dios frente a los vanos ídolos, el honor y el esplendor de su Reino...).

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