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DIOS A IMAGEN DEL HOMBRE 47 lico y significativo aquello que la letra nos presenta como real y terrorífico; nos eleva a la búsqueda de un Dios que trasciende infi­ nitamente aquellos módulos en que el lenguaje humano lo ha atra­ pado; sublima lo narrado acentuando la verdadera grandeza y pure­ za de un Dios envilecido. ¿Cómo se tranquiliza el pueblo rodeado de enemigos? Sencilla­ mente destacando que nada ni nadie puede superar el poderío del Dios que protege a su pueblo: «Cuando tú, oh Yahvé, salías de Seir; cuando subías desde los campos de Edom, tembló ante ti la tierra, destilaron los cielos y las nubes se deshicieron en agua. Derritiéron­ se los montes ante la presencia de Yahvé; ante la presencia de Yahvé, Dios de Israel» (Jue 5, 4-5: el contexto nos lo ofrece el cánti­ co triunfal de Débora). El poderío que se oponía a dejar salir a su pueblo de la escla­ vitud para pasar a la libertad hubiese logrado su intento de no haber intervenido Dios en su ayuda: «Viole el mar y huyó, el Jordán se echó para atrás. Saltaron los montes como carneros y los collados como corderos. ¿Qué tienes, oh mar, que huyes; tú, Jordán, que te echas atrás? Vosotros, montes, que saltáis como carneros; vosotros, collados, como corderos. A la venida de Yahvé tiembla, oh tierra, a la venida del Dios de Jacob. Que hace de la piedra lago de aguas, de la roca fuente de aguas» (Sal 114, 3-8: ¿Puede cantarse más bella­ mente el infinito poder de Yahvé ofreciendo una poesía distinta a la que aquí se nos ofrece cargada de una plasticidad tan asombrosa que en ella se historifica la historia de Israel en sus gestas más importantes?). Los fenómenos temibles de una naturaleza desatada son con­ trolados por el Dios de Israel sin necesidad de realizar el menor esfuerzo. El poeta lo entiende como la ayuda que necesita para verse libre de sus enemigos. Dios ha acudido en su auxilio: «Y en mi angustia invoqué a Yahvé e imploré el auxilio de mi Dios. Él oyó mi voz desde sus palacios, y mi clamor llegó a sus oídos. Conmoviose y tembló la tierra, vacilaron los fundamentos de los montes, se estremecieron ante el Señor airado. Subía de sus nari­ ces el humo de su ira, y de su boca fuego abrasador, carbones por él encendidos. Abajó los cielos y descendió; negra oscuridad tenía a sus pies. Subió sobre los querubines y voló, voló sobre las alas de los vientos. Puso en derredor suyo tinieblas por velo, se cubrió

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