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10 FFLIPE F. RAMOS en la frase: Yahvé, el Señor, está con nosotros (Deut 4, 7; Jos 1, 9; Is 7, 14; Os 11, 9; Am 5, 14; Jl 2, 27; Zac 8, 23). Lo que pretende­ mos exponer a continuación son los modos o formas descriptivas de esa presencia. El Dios de Israel es presentado frecuentemente actuando como lo hacen los hombres: son los antropomorfismos; y experimentando y expresando sus mismos sentimientos: son los antropopatismos. Es la imagen del Dios antropomorfo. En su descripción deben confluir las virtudes y los defectos humanos. Una espada de dos filos. Puede significar un estímulo que nos obligue a profundizar su significado o una excusa que justifique prescindir de él. Un Dios tan craso y material no interesa. Ni puede existir. Notemos de entrada que cuan­ do hablamos de antropomorfismos o de antropopatismos, entende­ mos estas palabras en un sentido muy amplio. Comprendiendo en dichas expresiones todo aquello que ocurre en el ámbito de su ser, del quehacer, del sufrir o del esperar del hombre, de la persona humana —sin discriminación de sexo— , del Dios vengativo y hostil que, cuando se le pasa la cólera y depone su ira, se presenta al hom­ bre con una familiaridad casi sentimental; del Dios de terribles repre­ sentaciones fantásticas amenazadoras del existir humano; del Dios que se sirve de todo aquello que ocurre en la naturaleza y en la his­ toria y que, trasladado a su terreno, pretende describirlo para que el hombre, de alguna manera, pueda entender su ser y su proceder. Pero notemos que un Dios así no ha existido nunca. Como antecedentes y ambientación del uso bíblico puede ser­ virnos el recurso a los antropomorfismos en el mundo griego en el que los dioses tienen las características, sentimientos, costumbres y, sobre todo, la forma humana (án z rop o i áíd ioi, dice Aristóteles en Metaph. II, 2). El libro de los Hechos de los Apóstoles recoge esta mentalidad en el texto siguiente: «La muchedumbre, al ver lo que había hecho Pablo, levantó la voz, diciendo en licaonio: ‘Dio­ ses en forma humana han descendido a nosotros’. Y llamaban a Bernabé, Zeus, y a Pablo, Hermes, porque éste era el que hablaba» (Hch 14, 11-12). Los griegos únicamente podían comprender lo tras­ cendente mediante el recurso a lo más elevado entre los seres vivos2. 2 H. K lein k n ec h t , «Zeós», en 'Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament III, p. 70. En adelante lo abreviaremos así: TWzNT.

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