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DIOS A IMAGEN DEL HOMBRE 41 joven Samuel, aunque tampoco vio a Dios, sin embargo, oyó su voz reiteradas veces durante el sueño (ISam 3, 10ss.). Los relatos sobre Moisés, influenciados sin duda por la mentali­ dad profètica, nos lo presentan con contacto directo con Yahvé, hablando con él «cara a cara», en visión directa: «Cara a cara hablo con él, y a las claras, no por figuras; y él contempla el semblante de Yahvé. ¿Cómo, pues, os habéis atrevido a difamar a mi siervo Moi­ sés. Y encendido en furor contra ellos, fuese Yahvé» (Núm 12, 8-9). «Una vez que entraba en ella Moisés (en la tienda), bajaba la colum­ na de nube, y se paraba en la entrada de la tienda, y Yahvé hablaba con Moisés» (Éx 33, 9). Pero esto lo contradice el célebre texto que excluye la visión directa y afirma que Moisés vio a Dios por la espal­ da (Éx 33, 23), es decir, de forma indirecta e imperfecta: « Pero mi faz no podrás verla, porque no puede verla hombre (nadie puede verla) y vivir» (Éx 33, 19b). En la misma línea es descrita la teofania del Sinaí en el Deute­ ronomio: el pueblo oyó su voz, pero no vio su figura: «Entonces os habló Yahvé de en medio del fuego y oísteis bien sus palabras; pero no visteis figura alguna; era sólo una voz. Puesto que el día en que os habló Yahvé de en medio del fuego, en Horeb, no visteis figura alguna, guardaos bien de corromperos, haciéndoos figura alguna tallada, ni de hombre ni de mujer, ni de animal ninguno de cuantos viven sobre la tierra, ni de ave que vuela en el cielo, ni de animal que repte sobre la tierra, ni de cuantos peces viven en el agua, deba­ jo de la tierra» (Deut 4, 12.15-18). La contradicción entre la visión y la negación de la misma tiene su explicación desde los motivos que arrancan de un principio común. Éste podemos formularlo así: el AT no nos ofrece una doctri­ na sistemática unitaria y progresiva sobre la visión de Dios. De este principio incuestionable surgen los dos motivos siguientes: el primero pretende acentuar la cercanía más inmediata posible de Dios con el hombre, con su pueblo, con los dirigentes del mismo; el segundo se centra en el peligro siguiente: a partir de ella el hombre podría llegar a «materializar» a Dios. Este segundo motivo se halla explicitado de forma singular en el citado texto del Deuteronomio: Dios no puede ser identificado con ninguno de los seres creados; de ahí que se excluya su imagen tomada del mundo de los astros, de los que pue­ blan el firmamento o las aguas. Está en la línea de la insistencia en la

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