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DIOS A IMAGEN DEL HOMBRE 39 se halla al servicio de ésta (2Sam 11-12; IRe 21); Dios es presentado como protector de la vida. El hombre es imagen de Dios. Sobre dicha imagen no puede ejercerse la violencia. Existe un equilibrio entre fuerzas opuestas. Es la expresión en la que se refleja de modo más adecuado para indicar cómo se va abriendo y avanzando la revela­ ción divina, con pasos hacia adelante y hacia atrás, con adelantos y retrocesos, con concesiones y negaciones, en medio de intolerancias y transigencias: condenación de la violencia y reacción violenta; casti­ go y salvación... Debe destacarse también la superación de los prejui­ cios de un Juez insobornable. Esto implica la responsabilidad perso­ nal; el juicio (llamado «rib» en hebreo) al que Yahvé llama a su pueblo; la perspectiva de un futuro en el que Yahvé establecerá la paz; la contraposición entre el mundo actual y el futuro. Aunque no sistemáticamente, sí puede constatarse una evolu­ ción lenta y laboriosa desde la violencia como norma a la no vio­ lencia como aspiración y como promesa. La culminación se alcanza en Jesús de Nazaret, que beatifica a los que trabajan por la paz y establece el mandamiento del amor como su exigencia más especí­ fica. Pero él mismo fue víctima de la violencia más cruel. • En el AT la venganza de Dios es inseparable de su ira, de su justicia, de su redención, de su remuneración y de su restauración. En el NT el planteamiento es diferente. En él se habla un par de veces de la ira de Jesús (Me 3, 5, donde Jesús dirige a sus enemigos en la sinagoga de Cafarnaún una mirada «airada»); se habla del Señor irritado porque el siervo perdonado no se comportó de igual manera con su consiervo (Mt 18, 34); destaca la importancia de la colabora­ ción humana, como en la parábola de la obediencia desobediente y de la desobediencia obediente (Mt 21, 28-32); en la del juez inicuo y la viuda (Le 18, 1-8); donde se acentúa la «inutilidad» del hombre, de los siervos, con la finalidad de destacar tanto la validez de lo que ellos han hecho como su insuficiencia, que únicamente puede ser subsanada por la gracia del Señor (Le 17, 7-10; Mt 20, 1-16). En el NT la venganza es reservada a Dios: «No os toméis la justicia por vosotros mismos, amadísimos, antes dad lugar a la ira de Dios, pues escrito está: ‘A mí la venganza; yo haré justicia’, dice el Señor» (Rom 12, 19). El texto, evidentemente, no quiere ofrecer­ nos una imagen del Dios vengativo. Toda la carta a los romanos defiende la tesis contraria a este pensamiento. Lo que el autor pre-

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