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DIOS A IMAGEN DEL HOMBRE 37 V. EL DIOS DE LA GUERRA MITIGA SU FUROR El paso de la naturaleza descompuesta al susurro perceptible únicamente en la intimidad supone un largo recorrido en la trayec­ toria de la visualización de Dios. Y este paso de gigante no se dio de forma sistemática ni por real decreto. Fueron ensayados distintos medios o formas que nos hablan de un Dios antropomorfo más civi­ lizado, más humanizado, más «antropomorfo». Un esfuerzo gigantes­ co que no cayó en la tentación de imaginarlo con figura de animal, zeriomorfismo. Lo cual es tanto más significativo cuanto que en los pueblos vecinos, particularmente en Egipto, se dio culto a los ani­ males y a los dioses bajo la forma de un animal. El esfuerzo por justificar esta clase de culto en el antiguo Israel, como la serpiente de Moisés levantada en el desierto como principio de curación para los mordidos por las serpientes (Núm 21, 8) debe considerarse fracasado. El becerro de oro construido por Arón (Éx 32, 4ss.) o los dos becerros de oro ofrecidos a las tribus del norte por Jeroboán para que no subieran a Jerusalén a ofrecer culto a Yahvé (IRe 12, 28), por razones políticas, por tanto, nada tienen que ver con el zeriomorfismo. El totemismo o la consideración de un animal como emblemáti­ co de una tribu o familia y al cual se rendía culto, tuvo mayor acep­ tación en la búsqueda del fundamento de la fe israelita en su Dios. Sin embargo, perdió prácticamente todo el entusiasmo suscitado desde que el totemismo fue considerado como la primera fase en el desarrollo de toda religión. Por otra parte, los argumentos aducidos para su demostración carecían de valor probativo. La divinización del mundo animal no ejerció ninguna influencia en la relación de Yahvé con la naturaleza23. El Dios calmado en la bonanza —después de la tempestad viene la calma— se halla personificado en la teofanía concedida a Elias, a la que ya nos hemos referido. Destaquemos ahora que dicha teofanía coloca las cosas en su sitio. La manifestación de Dios pre­ tende demostrar su poder salvador. Su fuerza salvífica se dirige a los suyos, a los que debe liberar de sus enemigos. 23 W . E ich ro d t, o . c ., p. 5.

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