PS_NyG_2001v048n001p0007_0064
DIOS A IMAGEN DEL HOMBRE 33 • La culminación y ejecución suprema de los sentimientos de la guerra santa se concentraba en el herem (la «h» es fuertemente aspira da) al que eran entregados los enemigos: matanza absoluta de todo ser viviente y destrucción de todos los bienes incautados, a excepción de los objetos de plata, de oro, de bronce y de hierro, que eran con sagrados a Yahvé y entraban en su tesoro (Jos 6, 18-19, 21; ISam 15). La palabra «herem» significa «el lugar prohibido» (los griegos lo llamaban gineceo y era el departamento reservado en sus casas para la habitación de las mujeres); nadie tenía acceso a él; nadie debía beneficiarse de él. En consecuencia debía ser destruido: hom bres y animales eran muertos con la espada; las propiedades eran quemadas... Esta barbarie fue aplicada en los tiempos de la con quista. Todo debía ser destruido ferro flammaque, a hierro y fuego 21. La razón última de esta barbarie —practicada en muchos pueblos— debe verse en los efectos beneficiosos para el combatiente porque, ya de antemano, apartaba la atención del botín de guerra; de este modo la lucha se hacía teniendo como finalidad el objetivo de la guerra misma y no pensando apoderarse del botín 22. ¡Se justificaba lo más grave e inaceptable desde lo considerado como más leve —el saqueo, el pillaje...—, y, teniendo en cuenta la costumbre exis tente en la época, la acción bárbara y salvaje era atribuida directa mente a Yahvé! Al «herem» lo caracterizaban dos rasgos esenciales: la declara ción de tabú —por las razones que ya hemos dicho— y el extermi nio o la aniquilación consiguiente de lo declarado «herem». El «ana tema» o la excomunión —que frecuentemente se han confundido con el «herem»— también tenía dos características esenciales, pero completamente diferentes de las vinculadas al «herem»: la separa ción y la expulsión de la comunidad y de sus bienes salvíficos. Por consiguiente, la entrega al anatema o la excomunión únicamente podía afectar a los miembros del pueblo. • El aspecto globalizador del Dios guerrero y violento es inadmisible para nuestra mentalidad. Y nos llama tanto más la atención cuando nos damos cuenta de que esta forma de ser era 21 F. H o rst , «Bann», en Religion in Geschichte und Gegenwart I, col. 860-861. 22 H. A. M ertens , El anatema de guerra, en o. c., p. 792.
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz