PS_NyG_2001v048n001p0007_0064

DIOS A IMAGEN DEL HOMBRE 29 co procedente de la tierra, los terremotos... La agrupación de estas variadas voces en torno a la principal de todas ellas pertenece a la naturaleza del concierto organizado. En lugar del demonio del fuego, la consideración de los textos nos obliga a hablar del Dios del fuego , que comienza a utilizar este elemento para su revelación: «Siguieron andando y hablando, y he aquí que un carro de fuego con caballos de fuego separó a uno de otro, y Elias subía al cielo en el torbellino» (2Re 2, 11). «Su resplan­ dor es como la luz, de sus manos salen rayos con que vela su poder» (Hab 3, 4). «El esplendor que le rodeaba todo en torno era como el del arco que aparece en las nubes en día de lluvia. Ésta era la apa­ riencia de la imagen de la gloria de Yahvé. A tal vista caí rostro a tierra, pero oí la voz de uno que me hablaba» (Ez 1, 28). «... sus ojos eran como llamas de fuego...» (Apoc 11, 4ss.). La revelación de Dios en el fuego sirve para interiorizarse en el corazón humano: «Pero uno de los serafines voló hacia mí, teniendo en sus manos un carbón encendido, que con las tenazas tomó del altar, y tocando con él mi boca, dijo: ‘Mira, esto ha tocado tus labios, tu culpa ha sido quitada y borrado tu pecado’» (Is 6, 6-7). «Los peca­ dores de Sión se espantarán, y temblarán los impíos. ¿Quién de nosotros podrá morar en el fuego devorador? ¿Quién habitar en los eternos ardores? (Is 33, 14-15; en la misma línea nos sitúan los tex­ tos siguientes de Ez 2, lss.; 3, 12ss.). Los espectadores y oyentes del concierto al que nos refería­ mos, ¿lograban la visión de Dios o sólo su imagen? El pensamien­ to israelita no estaba en esa época tan desarrollado como para manifestarse con claridad ante el interrogante planteado. Nuestra respuesta la centramos en dos afirmaciones: en algunos casos dicha visión parece innegable: «Subió Moisés con Arón, Nadab y Abiú y setenta ancianos de Israel, y vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies había como un pavimento de baldosas de zafiro, brillan­ tes como el mismo cielo. No extendió su mano contra los elegi­ dos de Israel: le vieron, comieron y bebieron» (Éx 24, 9-11); en la mayoría de ellos debe hablarse de la visión de Yahvé considerada como una aparición brillante de la luz. No obstante, en los relatos más originales parece que no pueda negarse una visión real, no de Yahvé, por supuesto, sino del fuego en el que ‘era visto’, como en la zarza ardiente vista por Moisés: «se le apareció el ángel de

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz