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28 FELIPE F. RAMOS tus tiranos, como paja que vuela. Y vendrá esto de repente, en un momento, porque te socorrerá Yahvé Sebaot, con truenos, estruen­ do y gran ruido, con huracán, tempestad y llama de fuego devora- dor» (Is 29, 5-6). • En esta perspectiva debe ser situado el famoso dies irae...: «Día de ira es aquél, día de angustia y de congoja, día de ruina y asolamiento, día de tiniebla y oscuridad, día de sombras y densos nublados, día de trompeta y alarma en las ciudades fuertes y en las altas torres» (Sof 1, 14-15: El himno compuesto sobre la base de este texto se debe, muy probablemente, a Tomás de Celano, OEM [1215-1260]). Como ya hemos afirmado las nubes, la oscuridad y las tinie­ blas densas son elementos esenciales de la epifanía cuando inter­ viene Dios en las batallas. Los objetos de la destrucción son la natu­ raleza, los edificios, los humanos, que son los responsables de todo (Sal 97, 2-5, 15-17). Como en toda gran orquesta, la que puede formarse con las múltiples manifestaciones naturales que hemos mencionado —evi­ dentemente han quedado fuera algunas más que no han sido con­ vocadas—, tiene que haber un principio unificador de todas ellas. Algo así como el director de orquesta cuya batuta sirve para crear la armonía de voces de la que depende la perfección de la obra que se pretende ejecutar. En nuestro caso, el principio vinculante y uni­ ficador es el fuego. Tanto es así que algunos autores han querido ver en la infraestructura de todos los relatos una divinidad de la naturaleza que habría sido en su origen el demonio del fuego 17. El análisis de los textos lo excluye. Su utilización prevalente para hablar de la revelación de Dios se halla en la experiencia de la inaccesibilidad sagrada y en el poderío irresistible del Dios de la alianza. El fuego servía para ello. Pero el fuego se convirtió en algo así como la voz del mejor tenor, que exigía ser acompañada por múltiples voces: el rayo que cruza inesperada y rápidamente el firmamento, los nubarrones oscuros y amenazadores, los bramidos estremecedores de la tormenta, la tem­ pestad, los relámpagos, los truenos, el fuego del cielo y el volcáni- 17 W. E ichrodt , Theologie des Alten Testamens 2, p. 2.

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