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26 FELIPE F. RAMOS A diferencia de la mentalidad cananea y de la babilónica, la fe israelita no acepta la visualización de Dios en aquellos fenómenos de la naturaleza que le son propicios al hombre, como el sol y la luna, las fuentes y los ríos, los árboles y la vegetación. Si así hubie se sido se habrían sentido obligados a su adoración, como ocurrió con los cultos astrales o los dioses de la fecundidad, como los baa- les y las aseras... Israel se pronunció a favor de la visualización de Dios en los fenómenos de la naturaleza que suscitaban terror y amenazaban des trucción, como la brusca repentinidad del rayo, en los nubarrones oscuros y amenazadores, en los bramidos estremecedores de la tor menta, en la majestuosidad de los fenómenos tempestuosos. Desde los tiempos antiguos hasta los recientes Dios era visto en acción, tanto en su aspecto judicial como en su dimensión salva dora, en las grandes tormentas: «Yo vendré a ti en densa nube, para que vea el pueblo que yo hablo contigo y tengan siempre fe en ti... Al tercer día, por la mañana, hubo truenos y relámpagos, y una densa nube sobre la montaña, y un muy fuerte sonido de trompe tas, y el pueblo temblaba en el campamento» (Éx 19, 9.16). «Todo el pueblo oía los truenos y el sonido de la trompeta y veía las llamas y la montaña humeante; y atemorizados, llenos de pavor, se estaban lejos» (Éx 20, 18ss.). Otros textos no menos elocuentes tenemos en Deut 5, 21ss.; Jue 5, 4ss.; Sal 18, 8ss.; 68, 8ss. • En los nubarrones desde los que dispara su aparato bélico: «Alza sus moradas sobre las aguas. Hace de las nubes su carro, y vuela sobre las plumas de los vientos. Tiene por mensajeros a los vientos y por ministros llamas de fuego» (Sal 104, 3-4). «Ved cómo Yahvé, montado sobre ligera nube, llega al Egipto. Ante él tiemblan todos los dioses de Egipto y el corazón de los egipcios se hiela de espanto» (Is 19, 1). «¿Acaso, Yahvé, se enciende tu ira contra los ríos, o es contra los mares tu furor, cuando subes sobre tus caballos, sobre tus carros de victoria? A tu vista tiemblan las montañas, irrum pen diluvios de agua, alza su voz el abismo del mar» (Hab 3, 8.10). • El trueno se convierte en voz d ia log an te: «El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y Yahvé le respondía mediante el trueno» (Éx 19, 19). «Todo el pueblo oía los truenos y el sonido de la trompeta y veía las llamas y la montaña humeante; y atemorizados, llenos de pavor, se estaban lejos. Dijeron
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