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8 FELIPE F. RAMOS cendente como en la posibilidad de su acercamiento al hombre para dársele a conocer. Siguiendo el camino señalado por la Biblia, damos por supuesto el primero de los aspectos y pretendemos hacer inteligibles los distintos modos y medios para lograr el segundo. Será éste nuestro esencial punto de interés. Al fin y al cabo es el que especifica la naturaleza íntima de la Biblia. El libro sagrado no se propone ofrecernos una información acerca de lo que es Dios en sí mismo, su naturaleza o existencia trascendente; su principal inten­ ción tiene como centro de gravedad describir la relación de Dios con el hombre y la del hombre con Dios. Estamos diciendo que la manifestación de Dios es su revela­ ción. En ella, él no se convierte en objeto de nuestra investigación, sino en el sujeto que la dirige, estimula y justifica. Desde ella descu­ briremos al Dios viviente que se nos presenta como el Señor del conocimiento y de la vida. Cuanto la Biblia nos descubre y nos des­ cribe —muchas veces al menos— nos resulta tan pueril, enigmático e increíble que difícilmente podemos resistir la tentación de archi­ varlo en el lugar reservado para los cuentos y fábulas que nos ser­ vían de entretenimiento y pasatiempo en los lejanos años de nues­ tra infancia. Cuando esto nos sucede debiéramos preguntarnos con toda la seriedad posible si conocemos las claves de su auténtica lectura. Sólo ellas nos descubrirán, junto a la diversión del relato infantil, la seriedad de un contenido tan denso y existencial que nos vemos envueltos inevitablemente en su esencial interpelación. Afirmar que una cosa es lo que el texto bíblico dice y otra muy distinta lo que quiere decir pertenece ya al terreno del tópico teóri­ camente aceptable. Prácticamente, dicho tópico se queda en bella teoría cuando la lectura de la Biblia se halla determinada por la here­ jía de un servil literalismo condenable y condenado por sí mismo. La historia bíblica es teología. También puede invertirse la frase: la teología, en la que se contemplan las acciones de Dios para crearse al pueblo de la alianza, se sirve de un vehículo histó­ rico de escasa cilindrada. Los historiadores de Israel, los del Anti­ guo y los del Nuevo, describen las acciones de Dios, no las haza­ ñas de Dios. Y describen aquéllas en relación con éstas y viceversa. Nunca se remontan a las alturas especulativas de las esencias. Mar­ chan por caminos que cualquier peatón puede recorrer. Más aún, que se esforzará en hacerlo porque le conducen a un final feliz.

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