PS_NyG_2001v048n001p0007_0064

DIOS A IMAGEN DEL HOMBRE 25 decir estas palabras: «Mejores son tus pechos que el vino...». Porque así como un niño no entiende cómo crece, ni sabe cómo mama, que aún sin mamar él ni hacer nada, muchas veces le echan la leche en la boca; así es aquí, que totalmente el alma no sale de sí, ni hace nada, ni sabe cómo ni por dónde, ni lo puede entender le vino aquel bien tan grande... No sabe a quién compararlo, sino al regalo de la madre, que ama mucho al hijo, le cría y regala» (Con­ ceptos del amor de Dios, 4, 4). «De una cosa aviso a quien se viere en este estado; que se guarde muy mucho de ponerse en ocasiones de ofender a Dios. (Viene hablando de la necesidad de la oración). Porque aquí ni está el alma criada, sino, como un niño que comienza a mamar, que se aparte de los pechos de su madre, ¿qué se puede esperar de él sino la muerte?» (Cuartas Moradas, 3, 10). III. EL DIOS DE LAS TORMENTAS Sólo aparentemente abandonamos el tema del Dios antropomor­ fo. Así lo hicimos también en la consideración del Dios ginomorfo. Y lo haremos, al menos en apariencia, en algún subtítulo más. Todos ellos los consideramos legítimamente bajo el aspecto del Dios que se manifiesta en forma humana, aunque a veces nos parezca violenta y desdeñosa. Como en el título que comenzamos a desarrollar ahora. El Dios tempestuoso como tal no existe, pero su presentación como tal encaja en las diversas y extrañas consideradas como manifestaciones de Dios en su revelación. Seguimos, por tanto, desarrollando el aspec­ to del Dios antropomorfo. El calificativo que damos a Dios en este apartado tiene su ori­ gen en su manifestación en las tormentas aterradoras que vienen acompañadas de fenómenos pavorosos. Y, aunque algunas perso­ nas valoren estos sucesos desde la majestuosidad de la naturaleza o de Dios, a los que contemplan en ellos, en la mayoría de los morta­ les suscitan miedo, temor, amenaza, pavor, impotencia total ante su poder destructor y mortífero. De esta manifestación del Dios «majes­ tuoso» en los fenómenos naturales mencionados existe una deriva­ ción inevitable —desde la consideración de la historia bíblica— hacia el Dios antropomorfo. Insistimos en que ésta es la razón por la cual hacemos este desarrollo.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz