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FELIPE F. RAMOS espíritu y regalando al modo que la m ad re am orosa hace al niño tierno, al cual, al calor de sus pechos, le caliente y con leche sabrosa y manjar blando y dulce le cría, en sus brazos le trae y le regala. Pero, a la medida que va creciendo, le va la madre quitando el regalo y, escondiendo el tierno amor, pone el amargo acíbar en el dulce pecho, y, abandonándole de los brazos, le hace andar por su pie, porque, perdiendo las propiedades de niño, se dé a cosas más grandes y sustanciales. La amorosa madre de la gracia de Dios, luego que por nuevo calor y hervor de servir a Dios reengendra al alma, eso mismo hace con ella; porque le hace hallar dulce y sabrosa la leche espi ritual sin algún trabajo suyo en todas las cosas de Dios y en los ejercicios espirituales gran gusto, porque le da Dios aquí su pecho de amor tierno, bien así como a niño tierno» (San Juan de la Cruz. Tomado de Las p á g in a s m ás bellas d e San J u a n d e la Cruz, Monte Carmelo, 1998, pp. 33-34; Noche 1, 1.2). «Y advertid mucho a esta comparación, que me parece cua dra mucho. Está el alma como un niño que aún mama, cuando está a los pechos de su madre, y ella, sin que él paladee, échale la leche en la boca para regalarle. Así es acá, que sin trabajo del entendimiento, está amando la voluntad, y quiere el Señor que, sin pensarlo, entienda que está en él y que sólo trague la leche que su Majestad le pone en la boca, y goce de aquella suavidad, que conozca le está el Señor haciendo aquella merced y se goce de gozarla; mas no que quiera entender cómo la goza, y qué es lo que goza, sino descuídese entonces de sí, que quien está cabe ella, no se descuidará de ver lo que le conviene. Porque si va a pelear con el entendimiento para darle parte, trayéndole consigo, no puede a todo; forzado dejará caer la leche de la boca, y pier de aquel mantenimiento divino» (Santa Teresa, Cam ino d e p erfec ción, cap. 31, 10). «Mas cuando este Esposo riquísimo la quiere enriquecer y raga- lar más, conviértela tanto en Sí, que como una persona que el gran placer y contento la desmaya, la parece que se queda suspendida en aquellos divinos brazos, y arrimada a aquel sagrado costado y a aquellos pechos divinos. No sabe más de gozar con aquella leche divina que la va criando su Esposo, y mejorando para poderla rega lar, y que merezca cada día más. Cuando despierta de aquel sueño y de aquella embriaguez celestial, queda como cosa espantada y embobada, y con un santo desatino, me parece a mí que puede
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