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BARTOLOMÉ ARAGÓN: ÚLTIMO INTERLOCUTOR DE UNAMUNO 865 como él pero más antiguos en la Casa, extrañados de aquella que­ rencia, de aquella buscada compañía, no se lo explicaban. «¿Qué le has hecho a Unamuno para que, habiendo llegado el último, tenga esa deferencia contigo?». Bartolomé les responde sin vacilar: «No hay secreto. Por lo que vengo observando, vosotros le dáis la razón en todo, no os atrevéis a contradecirle, no le discutís sus ideas, sus opi­ niones... Yo, más vehemente, acaso más insensato, hago lo contra­ rio. Le discuto, le contradigo, le niego la razón cuando me parece que no la tiene. Y tal vez por ello desee que le acompañe y guste de mi charla...». Recordando con añoranza aquellos años, dejó dicho en sus apuntes que su amistad con el rector le hizo descubrir ya entonces «que a Unamuno le interesaba más que mi modesta forma­ ción jurídica, un poco alejada de su amplia formación cultural, mi sinceridad de decirle siempre lo que de verdad pensaba sobre los problemas múltiples de que hablábamos. Por eso discutíamos y charlábamos. Así pasaron horas y días muy queridos por mí». No fue, ciertamente, una relación de amistad intensa y prolon­ gada, pero sí estimada por ambas partes. Las palabras que hemos dejado anotadas más arriba hablan de «admiración y cariño» de Ara­ gón hacia don Miguel. Y por parte de éste, confiesa el primero que alguna vez le reprochaba «con el mayor afecto» lo poco que se deja­ ba ver. Expresión manifestativa de una compañía que se deseaba. Y así, «sin darme cuenta», como dejó escrito en notas de nostálgica y dolorida memoria, entre charlas y paseos con el rector, «metido en el trabajo de la Escuela y de la Universidad y la preparación de nuevas oposiciones, estalló la maldita guerra de 1936». «¿Maldita guerra...?». ¿La sentía así entonces el joven B. Aragón? ¿Podía pensarla así, bajo ese epíteto, en julio de 1936, él, que había vivido la experiencia reciente de una Italia fuerte y unida, organi­ zada y laboriosa, disciplinada, vivencia tanto más punzante cuanto que se dejó impresionar intensamente «por el desorden y la anar­ quía» que, según sus palabras, encontró en España a su regreso? Probablemente no... En aquel tiempo, un hombre como él, ahor­ mado al pensamiento económico del fascismo bebido en sus fuen­ tes, cuyo fundamento y desarrollo requería una sólida estructura social inexistente en España, no es probable que aquella guerra fuera calificada por él entonces de maldita. Fue tal vez la experien­ cia de los años, que suele dulcificar ímpetus y engendrar sabiduría,

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