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BARTOLOMÉ ARAGÓN: ÚLTIMO INTERLOCUTOR DE UNAMUNO 857 ligero esbozo biográfico de la etapa salmantina y juvenil de este hombre que forma ya parte del «universo» unamuniano, como pro­ vocador y a la vez notario de las últimas palabras de don Miguel; de la última frase dicha por él con elevación de la voz y golpe con­ tundente de mano sobre la mesa-camilla, instantes antes de morir. Una frase corta que contenía tres palabras esenciales, no sólo de la elocución circunstancial sino de toda la obra de Unamuno — Dios, España, salvación —, y un rescoldo de virtudes teologales... El cono­ cimiento de todo ello se lo debemos al joven nacionalsindicalista Bartolomé Aragón Gómez, que no le volvió la espalda a don Miguel en aquellos momentos críticos de su vida cuando otros, que en cir­ cunstancias más propicias se preciaban de amigos, lo hicieron de forma ostensible o vergonzante, dentro o fuera de la Universidad. Gracias al testimonio de este hombre sabemos que el «agónico» .don Miguel murió sin agonía, metido azogadamente —con una pizca de descaro a lo santo Job— en el círculo cordial de sus más hondas preocupaciones. Bien merece, pues, Aragón el recuerdo de los lec­ tores de Unamuno y de Salamanca, pues fue él quien nos lo entre­ gó muerto-inmortal, resistiendo a la nada, como diría Julián Marías, hasta el último suspiro... Bartolomé Aragón Gómez nació en Huelva el 24 de abril de 1909. Su padre, Arcadio, comerciante, quiso dar a su hijo una sólida formación mercantil con la idea de incorporarlo al negocio familiar que tenía en la capital onubense. Pensaba que así podría dar a su establecimiento mayor solidez y proyección. Siguiendo, pues, el deseo paterno, pasó primero a Sevilla y luego a Madrid, donde ter­ minó sus estudios de Intendente Mercantil. Era finales de los años 20 y el momento adecuado de regresar a casa. Sin embargo, Barto­ lomé no regresó; o al menos no lo hizo con la intención que hubie­ ra deseado su padre. Le habló con sinceridad, de hombre a hombre pero con respeto, como solían hacer los hijos de aquella época una vez cumplidos los veintiún años. Le expuso su idea de que lo que a él le gustaba verdaderamente era el Derecho y no el comercio. En la conversación debió haber sus más y sus menos, pero su padre transigió al fin con la condición de que estudiara y trabajara a la vez. Bartolomé marchó entonces a París. Allí se colocó en la Ban- que de l’Unión Parisienne y asistió a algunas clases en la Sorbona.

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