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838 ANTONIO HEREDIA SORIANO entonces setenta y dos años. Y el único testigo de su tránsito, Bartolo­ mé Aragón Gómez, veintisiete años, soñador también apasionado de una nueva España más justa y fraterna, según su modelo de convic­ ción nacionalsindicalista. Gracias a él conocemos las últimas palabras de Unamuno al instante de morir. Aunque sólo sea por esto, merece nuestro recuerdo. 1. ESTADO DE LA CUESTIÓN Pero... ¿quién era este joven? ¿Qué hacía en Salamanca en casa de don Miguel aquel fin de año bélico, si desde agosto de 1936 estaba prestando servicios de campaña en el frente de Ríotinto, importante y áspera cuenca minera del centro de la provincia de Huelva, encuadra­ do como soldado voluntario en la columna Tercio de Requetés «Vir­ gen del Rocío»?4 Lo veremos más adelante. Lo esencial de lo que ocu­ rrió aquella tarde en casa de Unamuno lo sabemos, primero, por los periódicos de Salamanca La Gaceta Regional y El Adelanto del día 1.° de enero de 1937. Ambos diarios, en su última página, además de la noticia del fallecimiento y de algunos datos biográficos de don 4 Expediente m ilitar de Bartolomé Aragón Gómez (Archivo General Militar de Ávila). Aragón pertenecía al reemplazo de 1930, que no fue movilizado hasta el 28 de marzo de 1937 («BOE», 29-3-1937). Fue, pues, voluntario a la guerra, lo que es preciso tener en cuenta para mejor entender los ideales que animaban al último inter­ locutor de Unamuno. Nada mejor para comprenderlo que las palabras de Pemán escritas por las fechas en que Aragón se enroló en la citada columna: «... en una gue­ rra civil el reclutamiento de soldados tiene que tener especiales caracteres. No puede, como en la guerra europea, llamarse automáticamente quinta tras quinta, y movilizar así a la población civil, en masa, hasta edades avanzadas. En una guerra interior, como el enemigo está precisamente dentro de casa, dentro de esas masas de esa población civil, es preciso hacer el reclutamiento al través de una selección que de ningún modo se hace mejor que por una movilización voluntaria de cada uno de los que sienten la santa causa por que peleamos. El voluntariado: ésa es la fórmula de las guerras civiles. La Patria necesita batallones de voluntarios, y los tendrá con la misma largueza con que ha tenido dinero, aeroplanos y cuanto ha pedido. «¡Voluntario! ¿Cabe nombre más bello, título más noble? ¿Cabe honra mayor que legar a nuestros hijos? Voluntario: soldado, no por una orden coactiva de moviliza­ ción; no por un deber profesional: soldado por fe, por impulso, por amor, por poe­ sía. El deber ya es mucho; pero la voluntad libre es todavía más» (José María P emán , «La hora del deber», ABC de Sevilla, 19-8-1936). La cursiva es nuestra.

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