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852 ANTONIO HEREDIA SORIANO Tampoco enriquece nuestro conocimiento de Aragón Emilio Salcedo, que sigue en lo fundamental el prólogo de Ramos Loscer- tales 36. No obstante, modifica algún que otro dato de los ya conoci­ dos, y pone también en boca de Aragón expresiones hasta ahora ignoradas 37. De modo parecido hay que valorar el libro de Luciano González Egido, pues en lo que respecta al objeto propio de nues­ tro estudio no hace sino sintetizar con gran maestría y lujo de deta­ lles lo ya sabido; eso sí, coloreándolo con el arte de la novela. El conjunto gana así en viveza y dramatismo 38. Algún dato de interés para nuestro trabajo hay en el suelto que La G aceta R eg ional de Salamanca dedicó a Unamuno con motivo del cincuentenario de su muerte. De esta publicación conviene destacar la entrevista hecha a de las babuchas de don Miguel echaba humo, aunque ya había notado antes un cierto olor a quemado, sin poder precisar qué era lo que se quemaba. Cf. E. M on ­ tes , «El otro Unamuno. Don Miguel y la España eterna», El Adelanto, Salamanca 29- IX-1964, p. 2 del suelto. 36 E. S a lc e d o , o. c . en n. 15. La 1.a ed. es de 1964 y la 2.a de 1970, ambas publicadas en Salamanca por la Editorial Anaya. 37 He aquí las modificaciones introducidas por Salcedo: 1) Que Unamuno reci­ bió a Aragón en el despacho y no, como señala el testimonio del propio Aragón reco­ gido por Rudd, «en la habitación del fondo, delante de la ventana bajo la que había un jardín». Es de notar que el despacho estaba en otra estancia de la casa. 2) Que Aragón visitaba «con frecuencia» a Unamuno. Dicho así, da la impresión que Aragón ya había estado antes en casa de don Miguel. Sin embargo, según Aragón, recogido también por Rudd, «era la primera vez que iba a casa de Unamuno». 3) Que inmedia­ tamente después de pronunciar las últimas palabras, «Unamuno se reclina de nuevo en su sillón y hunde la barbilla en el pecho. El silencio ha vuelto al despacho. El visitante nota que Unamuno no se mueve. Sus zapatillas se están quemando en el brasero. Don Miguel ha muerto». Salcedo modifica la forma en que Unamuno murió, que fue cayendo hacia adelante sobre la camilla, según testimonios de Rudd (= Aragón) y Felisa. 4) El autor pone en boca de Aragón expresiones desconoci­ das hasta entonces. Dice Salcedo que a la vista de lo sucedido, avisa a la familia de Unamuno diciendo: «¡Don Miguel, don Miguel!... ¡Yo no le he hecho nada!... ¡Yo no le he matado!’*. La localización de los textos de Salcedo en pp. 478-480, 3.a ed. de su obra en n. 15. 38 L. G onzález E g id o , A gonizar en Salam anca. Madrid: Alianza, 1986. Lo nove­ doso de su libro en cuanto a la causa de la muerte de Unamuno es que, según él, «los médicos certificaron... [que fue] por congestión cereb ra l» (p. 17). También se hace eco de que «alguien dijo que la radio republicana había dicho que lo habían envenenado». Sin embargo, «después se supo que había muerto de muerte natural, intoxicado p o r el brasero- (p. 271, 18). E n la nota siguiente se hace alguna precisión sobre estos datos.

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