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BARTOLOMÉ ARAGÓN: ÚLTIMO INTERLOCUTOR DE UNAMUNO 851 manca inmediatamente después del funeral, al día siguiente de la muerte de Unamuno. Es posible, pero tal como está redactado da la impresión de que la abandonó definitivamente, como huyendo de algún fantasma que le perseguía, y no es así, pues lo vemos actuan­ do de diversa forma en la ciudad del Tormes a lo largo de enero del 37. Lo veremos más adelante. No obstante, es cierto que, como lo recoge la autora, algunos medios afines al bando republicano había difundido la especie de que Unamuno había sido envenenado, y que alguien se lo hizo saber a Aragón aquella misma noche. Esto pudo causarle una honda inquietud y retraerlo de todo contacto público33. Después del libro de Rudd, con sus virtudes y defectos, nadie ha aportado nada nuevo sobre Bartolomé Aragón ni ha añadido dato alguno de interés sobre la muerte de Unamuno. Con motivo del cen­ tenario de su nacimiento, El Adelanto le dedicó un suelto de cuatro páginas. Lo más interesante a nuestro objeto lo hemos dado a cono­ cer más arriba. Son las aportaciones de Felisa, hija de Unamuno, y de don Esteban Madruga 34. También colaboró Eugenio Montes, que sólo mencionó de B. Aragón el nombre, si bien poniendo en su boca una frase que hasta ahora no sabíamos que la hubiera pronunciado en aquella situación. Dice que después de las últimas palabras de Una­ muno, que reproduce simplificadas, se produjo un silencio, y añade: «Parecía que se hubiese adormilado. El señor Aragón notó que una pantufla echaba humo», y dijo: ‘Se está usted quemando...’»35. 33 M. T h . R udd, o. c. en n. 11, p. 310. Cf. también el artículo sin firma: «Defen­ sa de la tumba de Unamuno», La Gaceta Regional, Salamanca (20-1-1937): 1, 4. Alu­ diendo aquí genéricamente a los chismes que se habían propalado en zona republi­ cana sobre la causa de la muerte de Unamuno, se hace eco el autor anónimo de «las insidias marxistas que esparce el desparpajo de cierta prensa turbia del extranje­ ro». También se hace eco de lo mismo A. de O b re g ó n en su artículo de 2-1-38, cita­ do en n. 8. Escribía lo que sigue a este respecto: «La muerte de Unamuno causó en el extranjero gran sentimiento... En cambio, la Prensa y radio rojas dieron pruebas de su sordidez y de su brutalidad, arremetiendo contra el difunto e inventando las más absurdas patrañas. Se hicieron las más pintorescas suposiciones sobre su muer­ te. L'Humanité de París dio por seguro su asesinato por los falangistas. Los periódi­ cos de Madrid y Barcelona decían lo mismo, y también la versión de que había muerto en la cárcel...». 34 Cf. n. 23. 35 Nótese que la versión más plausible es que se cayó hacia adelante sobre la camilla, y sólo cuando fue a recogerlo Aragón, no antes, se dio cuenta de que una

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