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TRINIDAD Y EUCARISTÍA EN EL AÑO JUBILAR 773 dirigimos a Dios que la que él nos envió. En la Carta Apostólica Ter- tio Millennio Adveniente recuerda el Papa esta centralidad cristoló- gica: pues «Cristo no se limita a hablar ‘en n om b re d e D ios’ como los profetas, sino que es Dios mismo quien habla en su Verbo eter no hecho carne». Pero además, en Cristo «el hombre habla a Dios como a su Creador y Padre, respuesta hecha posible por aquel Hom bre único que es al mismo tiempo el. Verbo consustancial del Padre, en quien Dios habla a cada hombre y cada hombre es capacitado para responder a Dios. Más todavía, en este Hombre responde a Dios la creación entera» (n. 6). En Cristo nos ha bendecido Dios Padre con toda clase de bendi ciones, todo nos lo ha dado con él: la vida que está en Dios se ha hecho vida nuestra. Ante esta entrega del Hijo de su amor (Col 1, 13) — «pues tanto am ó Dios a l mundo qu e dio a su Hijo único, p a r a que todo el qu e crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16)— el hombre responde —en Cristo, el Hijo— bendiciendo al Padre. Nuestra alabanza y bendición a Dios se apoya y sostiene en la contemplación y experiencia de lo que él ha hecho por nosotros ‘en Cristo Bendecir a Dios es sabernos amados por él; la bendición brota del gozo de haber experimentado su cercanía y salvación. Quien ama bendice; quien odia maldice. La bendición, la alabanza a Dios se con creta supremamente en la ofrenda de la vida por amor. Por eso pode mos decir que Cristo es la alabanza del Padre, la eucaristía perfecta 69. En el misterio de Dios, en el seno de la Trinidad santa y eter na, el Hijo vive vuelto al Padre (p r o s ton Tbeórí: Jn 1, 1.2). En esa corriente de Amor que es el Espíritu Santo, el Hijo se entrega al Padre de quien recibe su ser ‘Dios d e Dios, luz d e luz, Dios verda d ero d e Dios verdadero '. De esta entrega eterna en entera disponi bilidad brota su misión temporal que se cumple en el misterio de la Encarnación. El Hijo es enviado por el Padre para cumplir su plan de salvación: para devolvernos a nosotros, ungidos con el Espíritu Santo, a Dios, su Padre. Como reza el prefacio de la Plegaria Euca- rística II, éste es el sentido del envío del Hijo al mundo: «para que hecho hombre por obra del Espíritu Santo y nacido de María la Vir- 69 Cf. J. M. S án ch ez C a ro , «Eulogia y Eucaristía. La alabanza a Dios Padre», en Semanas de Estudios Trinitarios. XXIV. Eucaristía y Trinidad, Secretariado Trinita rio, Salamanca 1990, 11-43.
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