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766 JOSÉ MARÍA DE MIGUEL Jesucristo es el Hijo amado del Padre (cf. Mt 3, 17; 12, 18; 17, 5; Jn 17, 23-24.26; Col 1, 13: «el Hijo de su amor»): todo el amor del Padre se concentra y personaliza en el Hijo; él es la expresión per­ sonal de su amor. Y desde él, desde su Hijo amado nos mira, ama y acoge a nosotros, pues a nosotros nos ama Dios por é l 52, porque nos ha hecho hijos suyos (filiación adoptiva) por el Espíritu Santo que nos ha dado. Y si la humanidad del Hijo fue obra del Espíritu Santo (Mt 1, 18.20; Le 1, 35), «los qu e se dejan llevar p o r el Espíritu d e Dios, ésos son hijos d e D ios» (Rom 8, 14). La filiación es don y acción del Espíritu Santo. Jesús, fruto de la intervención del Espíritu en María, nos ha reve­ lado el misterio d el Espíritu Santo porque era su portador: descen­ dió ‘corporalmente’ sobre él en el bautismo (Le 3, 22) y desde el reti­ ro del desierto (Le 4, 1.14) hasta la ofrenda de su vida en la cruz estuvo con él (Heb 9, 14). El Espíritu Santo, que es el don de la Pas­ cua (Jn 19, 30; 20, 22), se manifiesta de una manera asombrosa en la mañana de Pentecostés (Hech 2, 1-13). Aquella última gran teofanía significa, expresa y celebra la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles para empezar con ellos el camino de la Iglesia. Ahora, y hasta el final de los tiempos, estamos bajo la acción benéfica del Espíritu Santo, en el ámbito de su influencia divina. «El pueblo de Dios escatológico fundado por Dios en el acontecimiento de Jesús brota siempre dinámicamente del Espíritu Santo. La vida toda y las instituciones de este pueblo de Dios están henchidas de y son sus­ tentadas por el Espíritu»53. El Espíritu nos guía hasta Jesús, nos hace presente a Jesús: es el ‘otro Paráclito’ (Jn 14, 16). El Espíritu de la verdad es la luz que nos permite penetrar en la palabra que el Señor nos habló y descubrir en ella el misterio de Dios y su amor por noso­ tros (Jn 14, 26; 16, 13); él es el que nos hace experimentar la presen­ cia de Dios y gustar la vida de la gracia, que es la vida en paz y amis­ tad con Dios. Este es el don del Espíritu que recibimos en el bautismo y, de un modo particular, en la confirmación, el Espíritu 52 Jesucristo es «tan amado y tan querido de su Eterno Padre, que en Él y por Él son amados y queridos de Dios los justos y amigos de Dios a quienes su divina Majestad ama y quiere» (S an S imón de R o jas , La oración y sus grandezas, Madrid 1983, 238s.). 53 G. L. M üller , Dogmática, 598.

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