PS_NyG_2000v047n002p0731_0777

764 JOSÉ MARÍA DE MIGUEL Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5, 5). La prenda y la garan­ tía del amor de Dios es el Espíritu Santo que actúa dentro de nosotros (cf. Rom 8, 26), nos orienta hacia Cristo, único camino que conduce al Padre (cf. Jn 14, 6), nos hace acoger y gustar sus palabras, las palabras de vida que él nos dejó como guía y alimento de la fe. El Espíritu Santo es la fuente de agua viva que procede de Dios y apaga la sed durante el camino (cf. Jn 7, 37-39; Apoc 22, 1). Lo que Cristo hizo por nosotros en obediencia al Padre, y por nuestro amor, el Espíritu Santo nos lo actualiza y comunica en la sagrada liturgia: él actúa en los sacra­ mentos, y en particular, en la Eucaristía, para hacer de ellos signos efi­ caces de la presencia y de la acción redentora de Cristo47. Así pues, la Santísima Trinidad es la razón de ser y el funda­ mento de todo lo que somos, creemos y esperamos; con ese nom­ bre nombramos el Misterio adorable del Dios Uno que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. La importancia y centralidad de la confesión de fe trinitaria son destacadas enfáticamente por el Catecismo de la Iglesia Católica: «El misterio de la Stma. Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina» (n. 234). El Dios que adoramos y confe­ samos los cristianos es un solo Dios [«credo in u n um Deum»] y en esto coincidimos con los judíos [«escucha , Israel: el Señor, nuestro Dios, es so lam en te uno» (Dt 6, 4; Me 12, 29)1 y con los mahometanos [El Corán insiste en la absoluta unicidad de Dios: «vuestro Dios es un Dios Uno. No hay más Dios que él» (Sura 2, 163)]48; pero de ellos nos separa una diferencia radical: nosotros creemos que ese único Dios no es un Dios solitario, sino una comunión de personas, una familia divina: «Dios es único, pero no solitario», decían los Padres de la Iglesia (CCE, n. 254). Jesu ­ cristo nos reveló £l misterio del Padre, que él llamaba siempre lm i’ Padre y a nosotros nos enseñó a invocarlo también como Padre, 47 «La Liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salva­ ron, sino que los actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo, que actualiza el único Misterio» (CCE 1104). 48 Cf. LG 16; Nostra aetate , nn. 3-4.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz