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TRINIDAD Y EUCARISTÍA EN EL AÑO JUBILAR 755 ron soportar semejante cambio de paradigma teológico, como se dice ahora, o sea, más sencillamente: no aceptaron el nuevo rostro de Dios Padre misericordioso que Jesús anunciaba, y menos que él mismo fuera el Hijo único del Padre, que actuaba bajo el impulso del Espíritu Santo. Los que le ejecutaron a él, el Primer Mártir y Rey de los Mártires, no le pasaron su cercanía a los pobres, a quienes enaltece como los destinatarios de la primera bienaventuranza, ni su benevolencia con los pecadores, ni su crítica implacable a la reli­ giosidad establecida, ritualista y formalista, de los fariseos, escribas y sacerdotes. Los que lograron convencer a Poncio Pilato para que lo condenara como sedicioso no podían aceptar que el discurso de la Montaña era la Nueva Ley, el cumplimiento, por superación y perfeccionamiento, de la de Moisés en el Sinaí. El testimonio de Jesús acerca del Padre, de sí mismo como el Hijo y del Espíritu, el testimonio en favor nuestro contenido en su mensaje y en sus sig­ nos de salvación, lo llevaron a la muerte, pero él no se echó atrás. Por eso, Jesucristo es el Mártir, el testigo fiel que nos ha transmitido y realizado la voluntad del Padre. En la bula Incarnation is mysterium, con la que el Papa convoca la celebración del Gran Jubileo, se nos dice: «Los dos mil años trans­ curridos desde el nacimiento de Cristo se caracterizan por el constan­ te testimonio de los mártires. Además, este siglo que llega a su ocaso ha tenido un gran número de mártires, sobre todo a causa del nazis­ mo, del comunismo y de las luchas raciales o tribales» (n. 13); a lo que habría que añadir los odios 'religiosos’ contra los cristianos por parte de hindúes y musulmanes que acaban en persecución y muer­ te. En la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente ya había pues­ to énfasis en la actualidad del martirio en la Iglesia: «Al término del segundo milenio, la Iglesia h a vuelto d e nuevo a ser Iglesia d e márti­ res» (n. 37). Pero el recuerdo del testimonio de los mártires suele incomodar a mucha gente, sobre todo si son mártires con nombre propio, cercanos a nosotros en el tiempo y en el espacio. Los márti­ res de las grandes persecuciones del Imperio Romano o los mártires misioneros del Extremo Oriente son dignos de admiración, pero están muy lejos; no nos inquietan cuando de ellos hacemos memoria litúr­ gica. Pero el Papa se refirió especialmente a los mártires de este siglo xx en la conmemoración ecuménica junto al Coliseo el pasado 7 de mayo: «En el siglo xx, tal vez más que en el primer período del cris-

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