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752 JOSÉ MARÍA DE MIGUEL tablecer la justicia social a través de la condonación de las deudas y la manumisión de los -esclavos. «Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis por el país la liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia» (Lev 25, 10). Detrás de este manda­ to estaba Dios, que había entregado la tierra a Israel en usufructo, no en propiedad; el dueño seguía siendo Dios. Y se la había dado a todos los hijos de Israel, no a unos pocos. Pues bien, precisamen­ te para evitar que esos pocos, los más listos, tramposos o con mejor suerte, se hicieran con el control de la tierra y sometieran a los demás a régimen de esclavitud, Dios ordenó que en los años jubila­ res, cada cincuenta años, todo empezara de nuevo; los ricos, que se habían adueñado de la tierra a base de préstamos e hipotecas, tení­ an que devolverla a sus legítimos propietarios. «No podía privarse definitivamente de la tierra, puesto que pertenecía a Dios, ni podían los israelitas permanecer para siempre en una situación de esclavi­ tud, dado que Dios los había ‘rescatado’ para sí como propiedad exclusiva liberándolos de la esclavitud de Egipto» (TMA 12). Por eso «el a ñ o ju b ila r d e b ía devolver la igu a ld ad entre todos los hijos d e Israel, abriendo nuevas posibilidades a las familias que habían per­ dido sus propiedades e incluso su libertad personal» (TMA 13). No cabe duda que esta normativa era avanzadísima en el plano de la justicia social, tan avanzada que pocas veces se cumplió. Pero la celebración del año sabático, cada siete años, y jubilar, cada cin­ cuenta, mantuvo vivo el ideal que Dios quiso para su pueblo cuan­ do les regaló la tierra: ellos, que habían sido esclavos y sin tierra propia en Egipto, no podían ahora privar de la tierra a sus propios hermanos y reducirlos a esclavitud. El jubileo tiene, pues, un hondo calado social; no se trata sólo de celebraciones litúrgicas, de pere­ grinaciones y congresos; todo esto sería muy poco si se descuida el compromiso social. Por eso escribe el Papa en la bula In ca rn a tio- nis mysterium: «Un signo de la misericordia de Dios, hoy especial­ mente necesario, es el de la caridad, que nos abre los ojos a las necesidades de quienes viven en la pobreza y la marginación. Es una situación que hoy afecta a grandes áreas de la sociedad y cubre con su sombra de muerte a pueblos enteros» (n. 12). Ahora bien, como había necesidad de purificar la memoria, es también necesa­ rio purificar el lenguaje: no se trata de una especie de caridad a

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