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750 JOSÉ MARÍA DE MIGUEL larismo, del relativismo ético, de las violaciones del derecho a la vida, del desinterés por la pobreza en muchos países. Y como estos males nacen, crecen y se propagan con más éxito precisamente en los países de antigua civilización cristiana, a nadie puede escapar que el desarrollo de tan mala hierba no sería posible sin la pasivi dad, cuando no complicidad, de muchos cristianos 24. Es importan te, como pide el Papa, purificar la memoria, o sea, revisar crítica mente la historia para no repetirla en el futuro, para caminar más libres y seguros en el tercer milenio. Pero tal revisión sería pura hipocresía y descargo banal de conciencia, si no nos condujera a examinar críticamente nuestros comportamientos actuales. El filóso fo Julián Marías, después de repasar algunas infidelidades mayores de la Iglesia a lo largo de su historia bimilenaria, afirma: «pero las infidelidades no pertenecen exclusivamente al pasado. En nuestro tiempo amenazan o se imponen otras: el olvido de porciones esen ciales, precisamente las estrictamente religiosas; el contenido de la revelación, la impregnación de la vida por la iluminación que el cris tianismo vierte sobre ella. La suplantación de lo intrínseco por lo marginal y secundario, la reducción del núcleo religioso por conse cuencias que pueden ser valiosas y hasta necesarias, pero vacían lo más fecundo e irrenunciable. Se habla de la ‘secularización’ del mundo, pero mucho más grave es la secularización de la religión misma, imperante en grandes porciones de la cristiandad»25. Con la invitación del Papa a purificar la memoria, a recono cer las propias culpas y pedir humildemente perdón por ellas, no 24 Cf. TMA 36; importante a este respecto la «Oración Universal para la Confe sión de las Culpas y la Petición de Perdón», así como la «Homilía del Papa en la celebración del Día del Perdón del Año Santo (12-3-2000)», en Ecclesia n. 2991 (1-4- 2000); n. 2989 (18-3-2000). Y en el discurso en el Yad Vashem (Museo del Holocausto) de Jerusalén (23-3- 2000): «Como Obispo de Roma y Sucesor del Apóstol Pedro, quiero asegurar al pue blo hebreo que la Iglesia Católica —impulsada por la ley evangélica de la verdad y del amor, y no por motivaciones políticas— se halla hondamente entristecida por el odio, las persecuciones y manifestaciones de antisemitismo por parte de cristianos contra los hebreos en todo tiempo y lugar. La Iglesia rechaza cualquier forma de racismo como negación de esa imagen del Creador que está grabada en todo ser humano» (cf. Gen 1, 26) (en Ecclesia n. 2991 [1-4-2000]), p. 34 (526; cf. «Nosotros recordamos», en Ecclesia n. 2886 [1998]). 25 «Infidelidades», en tercera de ABC, 17-3-2000.
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