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748 JOSÉ MARÍA DE MIGUEL al pecar se han infligido a sí mismos y a toda la comunidad» (n. 10). Esta ayuda para la conversión plena nos es dada por Dios por medio de la Iglesia, en el sentido de que Cristo ha dejado a su Iglesia como ‘administradora’ de la gracia de la salvación (cf. ICor 4, 1: «de los misterios de Dios») que él nos alcanzó con su muerte y resurrección y que, junto con los méritos de la Virgen y de los santos, constituye como el tesoro de la Iglesia22. Por eso, acudiendo a este tesoro, puede la Iglesia concedernos la indulgencia plena que nos sana y purifica de los restos, o consecuencias negativas, del pecado. Detrás de esta doctrina está la comunión de los santos: como dice el Papa, «rezar para obtener la indulgencia significa entrar en esta comunión espiri­ tual y, por tanto, abrirse totalmente a los demás» (IM n. 10). En la Iglesia a todos afecta el mal que realizamos, pero también nos bene­ ficia el bien, la virtud, el amor de los santos, de los canonizados y de esa «muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero, ves­ tidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos» (Apoc 7, 9). 2.4. L a p u r ific a c ió n d e la m e m o r ia Vivir humanamente la existencia en el presente sólo es posi­ ble si estamos firmemente arraigados en él pasado, es decir, si nos apoyamos en lo que hemos sido, en la historia de cada uno, de la institución a la que pertenece y de cada pueblo. Así, desde el pasa­ do vivimos el presente abiertos al futuro. Pero la posibilidad de crear un futuro ilusionante, cargado de esperanza, depende mucho de la asunción crítica del propio pasado. Esto implica veracidad porque sin ella estamos abocados a la manipulación de la historia y, por tanto, a la creación de un futuro quimérico. En esta clave se sitúa la petición del Papa de revisar la historia de la Iglesia, desde la verdad, para entrar con otro talante, con un espíritu reno­ vado en el tercer milenio, para celebrar con fruto el Gran Jubileo de la Encarnación y Nacimiento de Nuestro Señor. «Así es justo que, mientras el segundo milenio del cristianismo llega a su fin, la Iglesia asuma con una conciencia más viva el pecado de sus hijos 22 Cf. CCE nn. 1474-1477: En la comunión de los santos.

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